viernes, 30 de abril de 2010

La Iglesia es inmaculada e indefectible.


Después de cada campaña de ataques, la Iglesia siempre surge más fuerte y esplendorosa
que antes

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

El tiroteo de noticias que, en las últimas semanas, intenta manchar a la Iglesia Católica, con la excusa de los abusos de niños cometidos por sacerdotes católicos, alcanza un auge increíble.

Decididos a no dejar apagar la hoguera que encendieron, varios órganos de comunicación social se han dedicado a investigar el pasado, en búsqueda de nuevas acusaciones que involucren al Vicario de Cristo en la Tierra, el Papa Benedicto XVI. En esto, sin embargo, han fallado rotundamente.

Que existan padres indignos y sin preparación, nadie lo puede negar; que se cometieron horribles abusos, y seguramente en número superior al registrado, es necesario reconocerlo. Pero, utilizar faltas graves circunstanciales de una minoría de clérigos, para denigrar a toda la clase sacerdotal, es una injusticia. Y usar esto como pretexto para intentar derribar a la Iglesia, es diabólico.

Sea dicho de paso, cuanto más se infiltra en la Iglesia el espíritu libertario, relativista y neopagano de nuestra época, tanto más es de temer que se cometan crímenes de pedofilia. Es imperiosa la necesidad de implantar en los seminarios un sistema de rigurosa selección, de tal forma que sólo se admita como candidato al sacerdocio a quien no tenga la propensión de ceder ante el mundo, sino que quiera enseñar la práctica de la doctrina católica con toda su pureza y dar ejemplo de ello.

La actual campaña publicitaria contra la Iglesia nos hace olvidar una verdad de la cual la historia nos proporciona un indudable testimonio: la Iglesia Católica fue quien libertó al mundo de la inmoralidad, y el mundo se está hundiendo nuevamente en el lodo del que fue rescatado porque está rechazando a la Iglesia.

El mundo del paganismo era un infierno

La mayoría de la población de Occidente tiene como cierto que el mundo, en mayor o menor grado, siempre cultivó los valores a los cuales estamos acostumbrados. Esos valores, sacrosantos hasta hace alrededor de cincuenta años, en alguna medida aún resisten a la acelerada decadencia de este comienzo de milenio: familia tradicional, protección de la inocencia infantil, sentido del pudor, modales educados, trajes decentes, honorabilidad, respeto mutuo, espíritu de caridad, dignidad humana, solidaridad, etc.

Pero no fue siempre así. Antes de que Nuestro Señor Jesucristo predicase a los hombres la Buena Nueva del Evangelio, el mundo estaba sumergido en una prolongada y terrible noche, en la que reinaban la depravación moral, el egoísmo, la crueldad, la inhumanidad y la opresión, conforme nos enseña la historia.

De esa situación, no se puede concluir que todos los romanos, griegos y “bárbaros” fuesen libertinos. Había minorías disconformes con aquel estado de cosas y preparadas para recibir la prédica evangélica con la avidez de náufragos que encuentran una tabla de salvación. En consecuencia de ello, se produjo la rápida expansión de la Iglesia Católica por el mundo romano y, finalmente, la conversión del Imperio en el año 313 de la era cristiana.

Religiones degradantes

Todo lo que la parte sana de la opinión pública de Occidente aún considera con horror hoy en día, era algo común y corriente en el mundo dominado por el paganismo. Baste recordar lo que la mitología grecorromana dice al respecto de los diversos dioses de su panteón.

Formaban un temible bando de depravados: adúlteros, violentos, impúdicos, mentirosos, ladrones, opresores, asesinos, parricidas, matricidas, fratricidas, crueles, egoístas, traidores, perezosos, falsos, deshonrados, incestuosos, fornicadores, perversos y pedófilos. Zeus (el Júpiter de los romanos), la divinidad máxima de esa guarida, no era solamente un salvaje desenfrenado, que había practicado el canibalismo devorando a una de sus hijas y asesinado a otros parientes próximos, sino también un adúltero incontrolable, que había hecho muchas víctimas entre “diosas” casadas y solteras, violado a sus hermanas y nueras, estuprado a su propia hija y hasta a su madre y, que, además, mantenía como amante a un niño a quien había raptado.

Los relatos de estas infamias estaban en los textos dados a los niños en las escuelas de aquel tiempo, para instruirlos en la gramática, en la retórica, en la poesía, como refirieron en su época los apologistas cristianos.

La religión pagana ejercía, pues, un maléfico dominio sobre la sociedad, proponiendo como ejemplos para ser imitados las iniquidades de los dioses. Y a su vez, la sociedad influenciaba a la religión, de modo que los mitos reflejaban las costumbres en uso en aquel entonces.

Inmoralidad, crueldad, opresión

En aquel ambiente pagano, la situación de la mujer era terrible. En general, casi no tenía derechos, era prácticamente considerada como una esclava del marido, cuando tenía el privilegio de ser casada.

Las religiones, incluso las más elevadas, conducían a las mujeres – y, naturalmente, también a los hombres – a grandes depravaciones. La de los caldeos, por ejemplo, era siniestra y corruptora, con prácticas lúbricas en los templos. La religión fenicia también estimulaba la degradación de la mujer.

Heródoto es uno de los que nos proporciona informaciones sobre la “prostitución sagrada” practicada en los templos de Babilonia, Asiria, Grecia, Siria, Chipre y en otros lugares. Con frecuencia, las “sacerdotisas” ingresaban en los templos cuando aún eran muy jóvenes, entregadas por los propios padres. El famoso “Código de Hammurabi”, promulgado por este rey de Babilonia (alrededor de 1793 y 1750 a.C.), dedica algunos artículos para reglamentar esa práctica.

El culto de Cibeles y Atis, surgido en Frigia, de donde pasó para Grecia y Roma, conducía a prácticas escabrosas en público. Como Atis se había mutilado, perdiendo su masculinidad, sus festejos incluían la automutilación de muchos hombres, realizada en medio de una multitud que, alucinada, danzaba y gritaba, mientras se ejecutaba una música, con un ensordecedor ruido de flautas, címbalos y tambores.

Grecia contaba con numerosos templos dedicados a Venus, mas ninguno consagrado al amor legítimo entre los esposos. En Atenas y otras ciudades se realizaba, una vez por año, una procesión en la cual era llevada una enorme escultura fálica. Hombres y mujeres recorrían las calles cantando, saltando y danzando en torno a ese ídolo.

Opresión de la mujer

La honra femenina se veía además lesionada por la costumbre de la poligamia, generalizada en muchas regiones, aunque había lugares en donde estaba también en vigor la poliandria. Igualmente degradante era el incesto, muy común en Persia, y también en Grecia .

En la India, entre las crueles prácticas milenarias del paganismo, la costumbre exigía que la viuda fuese quemada junto con el cadáver de su marido.

El Código de Hammurabi está repleto de normas que reflejan el estado de opresión de la mujer en las civilizaciones antiguas, la cual muchas veces era castigada con la muerte, la esclavitud o el repudio.

Incluso en Roma y en Grecia, las leyes antiguas eran inicuas en relación a la mujer, y hasta personas como el austero Catón favorecían graves injusticias a ese propósito. En el caso de Atenas, para obviar de algún modo la parcialidad en el trato dado a las hijas, la ley incurría en una aberración aún mayor, al incentivar el incesto para resolver problemas de herencia, llegando a imponer la destrucción de dos hogares ya constituidos, si fuese necesario.

En Roma, en la época en que la Buena Nueva de Jesucristo ya estaba siendo anunciada, la institución de la familia se encontraba en una crisis profunda. El aborto y el abandono de niños llegaban a proporciones espantosas. La natalidad disminuía. Los hombres ricos preferían mantenerse solteros y rodearse de innumerables esclavas a someterse a los incómodos del matrimonio.

La situación de los niños ante el Estado todopoderoso

En Grecia y en Roma no existía la libertad individual que sus admiradores divulgan: el ciudadano vivía en función del Estado. En la República, el propio Platón promovía un Estado todopoderoso, e incluso Aristóteles lo consideraba como el ideal supremo.

La familia grecorromana era totalitaria bajo ciertos aspectos. Por ejemplo, el Derecho Romano daba un poder dictatorial al pater familias. En Grecia regían leyes semejantes. El padre tenía derecho a rechazar a su hijo recién nacido, o a venderlo como esclavo. También podía condenar a la pena de muerte a su esposa, a su hijo, a su hija, o a cualquier habitante de su casa, y ejecutar sin demora la sentencia; las autoridades del Estado no interferían.

En Esparta, comenta Coulanges, “el Estado tenía el derecho de no tolerar que sus ciudadanos fuesen deformes o mal constituidos. Por eso, ordenaba al padre, al cual naciese un hijo en esa situación, que lo hiciese morir” . Según el mismo autor, esa ley se encontraba igualmente en los antiguos códigos de Roma. Hasta Aristóteles y Platón incluyeron esa práctica en sus propuestas de legislación.

En Cartago y en Fenicia, niños eran ofrecidos en sacrificio a los ídolos; en Roma y en Grecia eran utilizados en ritos de adivinación. En varios lugares, niños y adolescentes podían ser condenados a muerte por un delito cometido por el padre.

El Estado, al mismo tiempo que daba al padre un poder ilimitado dentro de su casa, lo restringía tiránicamente en la educación de los hijos. Para los griegos, el Estado era el maestro absoluto de la educación y Platón lo justifica, pues, dice: “los padres no deben tener la libertad de enviar o de no enviar a sus hijos a los maestros que la ciudad escoja, porque los niños son menos de su padres que de la ciudad”. El Estado consideraba como pertenencia suya el cuerpo y el alma de cada ciudadano, y asumía al niño cuando éste cumplía los siete años de edad.

Impía y difundida esclavitud

La esclavitud era una institución tan común en el mundo antiguo que los esclavos solían ser la mayoría de la población. En Roma, en el tiempo de Augusto, más de un tercio de la población era compuesta por ellos.

El dueño de un esclavo tenía sobre él un derecho completo. Un esclavo no era considerado hombre; era una cosa, res mancipi. El dueño tenía el derecho de cohabitar con la mujer del esclavo sin cometer adulterio y además, disponer de los hijos de él; y si lo hiriese o matase no cometía ningún delito.

En la ley romana había cláusulas relativas a los esclavos que daban ocasión a grandes crueldades. En el tiempo de Nerón, por ejemplo, un alto magistrado fue asesinado por uno de sus esclavos. “El Senado, después de una prolongada discusión, decidió aplicar a todos los siervos de la casa la vieja ley que condenaba al suplicio de la cruz a todos los esclavos que no hubiesen sabido proteger a su señor. Ante esta terrible sentencia, hubo tales protestas populares que los 400 condenados tuvieron que ser ejecutados bajo la custodia del ejército”.

Siempre hubo uno que otro propietario de esclavos que trataba a sus siervos con humanidad o – más raramente — con respeto; sin embargo, sería una gran ingenuidad pensar que esa era la actitud habitual.

Salvajismo sangriento

En la Antigüedad las matanzas eran tomadas con indiferencia, como un acontecimiento natural en la vida de los pueblos. La masacre de la población de una ciudad no causaba la menor sorpresa, ni tampoco indignación.

La tendencia a sacrificios sangrientos estaba relacionada con varios ritos del paganismo. En Grecia la vieja religión consideraba conveniente ofrecer holocaustos humanos para apaciguar a los dioses. Esos sacrificios, comunes entre los griegos de las épocas remotas, se atenuaron más tarde, pero no desaparecieron completamente. En el siglo II de la Era Cristiana aún se sacrificaban vidas humanas en Arcadia, en honra a Zeus Liceo.

En Roma, el espectáculo más apreciado por el pueblo era ver hombres muriendo, y las luchas de gladiadores constituían ocasión de crueles matanzas. “Por la mañana, dice Séneca, se echan hombres a los leones y osos, después del medio día, se echan [al arbitrio] de los espectadores. El fin para todos los luchadores ha de ser la muerte, y se pone manos a la obra con fuego y hierro, hasta tanto que la plaza queda vacía”. Durante esas “sesiones”, iniciadas al mediodía, los condenados a muerte debían ejecutarse mutuamente. Tanto esta costumbre, como la alimentación de las fieras con carne humana, nos ayudan a “comprender esa voluptuosidad de ferocidad a la que los romanos darán rienda suelta en las persecuciones anticristianas”, observa Daniel-Rops, y concluye: “Por más repulsivas que nos parezcan estas escenas de que también los cristianos serán víctimas, eran normales en Roma. Y raros, muy raros, eran los espectadores que exteriorizaban su desaprobación”.

Panem et circenses quedó consagrada como la fórmula ideal para mantener en calma a la multitud, y satisfacer también su creciente gusto por la sangre. Fue eso una de las causas de su decadencia.

La llaga de la pedofilia

Lo que la prensa de hoy denomina de pedofilia era ampliamente practicado en el mundo antiguo, bajo el amparo de la ley, por influencia de las religiones paganas.

En Grecia, existía como práctica legal la corrupción sexual de niños, más adecuadamente llamada de pederastia. Todo hombre adulto que no fuese esclavo tenía el derecho de practicarla. Era costumbre también en Persia y en otros lugares, donde se ha mantenido a través de los siglos. Roma fue contaminada por el mal griego, hasta el punto de que varios emperadores procuraban como amantes a adolescentes.

Los niños considerados bellos, si eran hechos prisioneros de guerra, o raptados, o vendidos por los padres, eran mutilados para alimentar el tráfico de eunucos. No escapaban ni siquiera los hijos de la nobleza.

En Grecia — especialmente en Atenas—, las víctimas de pederastia no eran apenas los prisioneros de guerra, los raptados y los esclavos. Cualquier niño podía tornarse objeto de los infames deseos de hombres adultos. Y la costumbre era ceder. Si algún padre, con restos de sensibilidad moral, desease evitar esa tragedia a sus hijos, tenía que actuar antes de que eso sucediese, empleando esclavos que, como halcones, vigilasen a los niños. Mas, dice Esquines, muchos padres deseaban tener hijos bellos, sabiendo que éstos serían blanco de predadores.

Las escuelas — las tan elogiadas Academias — eran locales donde los estudiantes, hasta de 12 años de edad o más jóvenes, estaban a merced de los maestros. Las leyes atenienses llegaban al absurdo de proteger e incentivar esa práctica, e incluso a regular el flirteo y el “enamoramiento” entre hombres y niños.

Griegos famosos del mundo de la literatura, de las artes, de la filosofía y de la política practicaron y elogiaron la pederastia, como Solón, Esquilo, Sófocles, Jenofonte, Tucídides, Esquines y Aristófanes.

La filosofía griega llegó a cuestionar esa práctica, si bien nunca la condenó por completo. Sócrates, Platón y Aristóteles no quedaron eximidos de ese mal. En Cármides, Platón se refiere al adolescente que lleva ese nombre, como si fuese un enamorado elogiando a su amada, hablando de sus atractivos y de las emociones que le producía. En el Simposium, el personaje Fedro describe con todo lirismo a un ejército feliz y lleno de éxito, compuesto en su totalidad por hombres-amantes y niños-amados. Mas, finalmente atraído por ideas más elevadas, Platón evolucionó de su aprobación condicional de la pederastia en sus primeros diálogos, para la condenación formal de ese vicio en su trabajo final, Leyes. Entretanto, sus intentos, como los de algunos estoicos, de proponer una pederastia “casta”, fueron recibidos con sarcasmo por el pueblo y no tuvieron resultado. En efecto, el “amor platónico” es muy difícil de ser practicado, pues en materia de castidad el hombre no logra permanecer establemente en un término medio .

Los griegos llegaron a considerar el relacionamiento natural entre hombre y mujer como inferior al relacionamiento entre hombre y niño. En una sociedad en la cual ese tipo de comportamiento influenciaba hasta el ideal del Estado, la mujer era despreciada, relegada al papel de mera reproductora.

Una obra histórico-filosófica como Erotes, del siglo II o III d.C., atribuida por muchos a Luciano de Samósata, trae un diálogo entre dos griegos que discuten seriamente cuál amor sería superior... Igualmente, en el décimo Diálogo de las Cortesanas, Luciano aborda ese tema. Plutarco, en Erotikos, analiza con seriedad cuál atracción — por mujeres o por niños — es más interesante para un hombre adulto. Felizmente, al contrario de Erotes, concluye que lo ideal es realmente el matrimonio monogámico.

En Roma, también las niñas podían ser víctimas de abuso sexual. Es lo que se deduce de las palabras de San Justino, en su Apología, en las cuales vitupera la costumbre de que los niños despreciados — niños y niñas — sean criados para la prostitución: “y así como los antiguos criaban rebaños de bueyes, chivos, carneros o caballos, así vosotros ahora criais niños destinados a este vergonzoso uso; y para este uso impuro, una multitud de mujeres y hermafroditas, y aquellos que cometen iniquidades que ni siquiera pueden ser mencionadas, se expanden por toda la nación. [...] Y hay los que prostituyen incluso a sus propios hijos y mujeres; algunos son abiertamente mutilados para ser usados en la sodomía”.

*

Así es el mundo cuando en él no está presente la Santa Iglesia de Dios. El trágico cuadro de los desvíos de la Antigüedad pagana presentado aquí, aunque no esté completo, nos da una idea del choque ocurrido en el tiempo en que el mensaje del Evangelio comenzó a exaltar valores opuestos, ordenados y santos.

El choque de los valores del Evangelio con los antivalores mundanos

El mensaje de Jesucristo desequilibró al carcomido mundo antiguo. Censuraba el libertinaje, la crueldad y exaltaba la libertad para practicar el bien, la castidad y la virginidad, la inocencia, la fidelidad conyugal, el amor a los enemigos, la caridad, la abnegación, la bondad para con los más débiles, la dignidad de todos los seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios.

Un especial horror al pecado de pedofilia fue infundido en las almas por nuestro Divino Maestro, con palabras de extrema severidad: “pero quien escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valiera que le ataren al cuello una piedra de moler que mueven los asnos y lo arrojasen al profundo mar” (Mt 18,6).

Ante la sublimidad del Evangelio, el paganismo no podría permanecer indiferente. Le quedaban sólo dos reacciones: o encantarse y someterse al suave yugo de Dios, u odiar y perseguir. Algunos se convirtieron. Muchos, no obstante, se aferraron al mal y este odio llevó al martirio a millones de cristianos.

Sin embargo, la sangre de los mártires fue semilla de nuevos cristianos, según la célebre afirmación de Tertuliano. El espectáculo de hombres y mujeres, ancianos y ancianas, adultos en la plenitud de su fuerza, jóvenes vigorosos, vírgenes, niños —confesando todos la fe en Jesucristo y caminando decididos en dirección a la muerte —, arrancaba la admiración de muchos espectadores, y obraba conversiones cada vez más numerosas.

El paganismo necesitó, pues, echar mano de otra arma para intentar revertir el juego: la difamación y la calumnia. Como observan los Apologistas cristianos de aquellos primeros siglos, los paganos comenzaron a acusar a los cristianos exactamente de los delitos que el paganismo cometía.

Es digno de nota que una de las acusaciones era la de pedofilia, agravada de incesto. San Justino comenta: “Las cosas que vosotros hacéis abiertamente y con aplauso, [...] de esas mismas cosas vosotros nos acusáis”. Y Arnobio lanza al rostro de los paganos: “¡Cuán vergonzoso, cuán petulante es censurar en otro lo que el acusador ve que él mismo practica — aprovechar la ocasión para ultrajar y acusar a otros de cosas que pueden ser impugnadas contra él mismo!”.

O sea, aquellos paganos hacían como el ladrón que, al robar, grita: “¡Ladrón, ladrón!”

Una civilización gobernada por el Evangelio

La Iglesia Católica terminó venciendo en virtud de la fuerza intrínseca del bien. Y poco a poco, auxiliada por la gracia divina que nunca falla, acogió a los grecolatinos decadentes y a los bárbaros germanos, los convirtió, los educó e inspiró la edificación de una civilización brillante cuyo apogeo, nunca alcanzado antes, ocurrió en los siglos XII y XIII.

En esa época, según dice el Papa León XIII, “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”. Entonces, “la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil”. De la relación armoniosa entre el poder religioso y el temporal, “la sociedad civil dio frutos superiores a toda expectativa, cuya memoria subsiste y subsistirá, consignada como está en innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer”.

En este tiempo la Iglesia desarrolló la escolástica, edificó las catedrales góticas (con sus vitrales e imágenes), creó las universidades y los hospitales, impulsó las ciencias y el progreso técnico, perfeccionó las relaciones internacionales entre los estados, abolió la esclavitud, contribuyó para el progreso social, elevó la condición de la mujer, de tal modo que, en el siglo XIV, Europa había sobrepasado notablemente a los demás continentes.

Conforme resalta un estudioso del progreso técnico medieval, en aquella época, “por primera vez en la historia se construyó una civilización compleja que no se apoyaba más sobre las espaldas sudorosas de esclavos o de siervos, sino principalmente en la energía no humana”.

Cuanto más avanzan los estudios históricos y científicos sobre esta materia, tanto más queda demostrada tal verdad, lanzando por tierra el mito de que la Edad Media fue una era de atraso y opresión. La literatura especializada a ese respecto se ha ido multiplicando.

¿Por qué acusar sólo a la Iglesia?

Entretanto, siempre hay minorías disconformes con el dominio de la virtud, de la verdad y del bien, de modo que, periódicamente, la Iglesia es víctima de nuevas embestidas.

Uno de los procedimientos preferidos continua siendo el de acusar a la Iglesia precisamente de los delitos que el propio mundo no se avergüenza de cometer. ¿Cuáles son los mayores destructores de la inocencia infantil hoy en día? ¿Quién promueve una pornografía desenfrenada que no respeta ni edad, ni dignidad y que incita a cometer todo tipo de crímenes sexuales? ¿Quiénes son los que, de todos los modos, presionan a las escuelas para iniciar a los niños en prácticas inmorales? ¿Quién impulsa los cambios en las leyes, para abolir la influencia cristiana y substituirla por la del viejo paganismo? He aquí preguntas que exigen respuestas; he aquí un tema muy apropiado para un futuro estudio.

Consideremos la acusación de pedofilia. Como afirman los especialistas, basados en las indagaciones realizadas hasta ahora, la mayor parte de esos crímenes son cometidos sobre todo dentro de la propia casa, y los abusadores son principalmente los padrastros, seguidos — ¡oh tristeza! — por los padres, por otros parientes y por los amantes de las madres de las víctimas. Curiosamente, nunca se vio a ningún adversario de la Iglesia pedir un estudio serio sobre la relación entre la desintegración de la familia - causa principal de la existencia de millones de padrastros - y los crímenes de pedofilia, ni exigir una investigación sobre los peligros de traer amantes a la propia casa, cuando allí residen menores.

Un detalle importante: la mayoría de los pedófilos son hombres casados. También es digno de nota que todas las religiones tienen miembros envueltos en casos de pedofilia, y algunas en proporciones gigantescas.

¿Por qué, entonces, levantar una campaña internacional solamente contra la Iglesia Católica?

Prueba inequívoca de la santidad de la Iglesia

Resaltemos una vez más: la Iglesia Católica, siempre fiel a las enseñanzas de su Fundador, fue la que hizo cesar en Occidente la práctica de la pedofilia e inspiró el horror a ella.

Por lo tanto, quien ataca a la Iglesia a ese respecto, está utilizando contra ella un valor que a ella pertenece y está implícitamente reconociendo que ella es inatacable a partir de los antivalores del mundo.

O sea, los propios adversarios están proporcionando la prueba de que la Iglesia Católica Apostólica Romana es substancialmente santa.

La Iglesia Católica censura al mundo porque éste es corrompido. Ella exige un alto nivel de comportamiento, casto y puro. Y la feroz e intensa embestida de sus enemigos, injustamente, consiste en procurar acusarla de no practicar la moral que ella misma implantó en la sociedad. A esto se resume la actual campaña publicitaria, en lo que se refiere a la pedofilia.

Mas, ¿cómo hacer para incriminar a la Iglesia por las faltas de una minoría de sus miembros? En uno de los estudios más autorizados sobre el problema de la pedofilia, Philip Jenkins analiza las técnicas periodísticas utilizadas para resaltar el contexto institucional en el cual actuaron algunos sacerdotes, en vez de analizar los delitos de individuos que, por acaso, son sacerdotes. Para ello, usan títulos sugestivos, juegos de palabras, términos bien estudiados, como por ejemplo: “Y no nos dejes caer en tentación”. Por su parte, programas de televisión sobre los casos de pedofilia colocan como fondo de cuadro ceremonias litúrgicas, música gregoriana, sacerdotes de sotana, de tal forma que la Iglesia queda estigmatizada como conjunto y se hace una asociación visual entre lo que es dignamente católico con la figura de sacerdotes lascivos y cínicos.

Ahora bien, médicos, profesores, enfermeros y otros profesionales se cuentan en gran número entre los perpetradores de crímenes de pedofilia, pero, ¿quién va a llegar al absurdo de acusar a todos los miembros de esas categorías y a deshonrar a una clase entera por los crímenes de una minoría?

El choque que el delito sexual de un sacerdote causa en la opinión pública - choque justificado, porque la Iglesia Católica es la única institución de la cual se espera que sus miembros sean de una pureza intachable, y que sus sacerdotes sean santos – lo saben explotar los adversarios.

La santidad substancial de la Iglesia

Ante la evidencia de que algunos sacerdotes cometen esos graves delitos, solo queda preguntar ¿cómo puede la Iglesia mantenerse santa?

En realidad, el argumento más fuerte contra la Iglesia Católica siempre fue la vida de los malos católicos. Sin embargo, no nos debe sorprender que en la Iglesia de Cristo haya miembros indignos. El propio Jesús comparó su Iglesia a la red que coge buenos y malos peces (cf. Mt 13, 47-50); al campo donde la cizaña crece junto con el trigo (cf. Mt 13, 24-30); a la fiesta de casamiento, a la cual uno de los invitados se presenta sin el traje nupcial (cf. Mt 22, 11-14).

No obstante, la Iglesia será siempre inmaculada, como destaca San Pablo: “Cristo amó a su Iglesia, y se sacrificó por ella. Para santificarla, limpiándola en el bautismo de agua con la palabra de vida, a fin de hacerla comparecer delante de Él, llena de gloria, sin mácula ni arruga, ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada” (Ef 5,25-27).

No sucede lo mismo con las instituciones terrenas. Siendo meramente humanas, las fallas de sus integrantes pueden desvalorizarlas. La Iglesia es la única que posee una dimensión divina; por eso, a pesar de las faltas de su dimensión humana, su substancia permanece siempre pura. Ella es santa, porque santo es su Fundador: es la inmaculada Esposa de Cristo. Apenas los hombres de la Iglesia son pecadores, mas la Santa Madre Iglesia no puede pecar.

Ella “es santa”, resalta Pablo VI, “aunque comprenda pecadores en su seno, porque no posee en sí otra vida sino la de la gracia: viviendo de su vida sus miembros se santifican; y sustrayéndose a su vida caen en pecado y en los desórdenes que impiden la irradiación de su santidad”. Por lo tanto, para cualquier miembro de la Iglesia, incluyendo a los pertenecientes al clero, se aplica esta regla: se cae cuando se disminuye el amor y se afloja el compromiso para con la Iglesia.

“En esta perspectiva”, nos dice el Cardenal Biffi, Arzobispo emérito de Bologna, “queda claro que toda nuestra culpa — pequeña o grande — no constituye apenas una infidelidad al amor que nos une al Padre, menoscabo a la obra redentora de Cristo, resistencia a la acción santificante del Espíritu Santo; es además, ultraje y sufrimiento infligidos a la Iglesia. Toda incoherencia con nuestro bautismo es siempre una ingratitud para con aquella que en el bautismo nos engendró, es un atentado contra su belleza de Esposa del Señor; belleza que a los ojos humanos queda ofuscada por nuestro acto reprobable. [...] Mas nosotros, por lo menos, aunque pequemos casi como ellos, nos habituamos a pedir perdón diariamente a esta nuestra Madre queridísima por todo lo que se nos ocurre pensar, decir y hacer con ánimo no integralmente ‘eclesial’”.

Los pecadores no pertenecen a la Iglesia por sus pecados, dice el Cardenal Journet, “sino por lo que aún resta en ellos de dones de Dios, por los caracteres sacramentales, la fe, la esperanza teologal, sus oraciones, sus remordimientos. Ellos están como que vinculados a los justos. Se encuentran en la Iglesia provisionalmente para ser, algún día, definitivamente integrados o separados de ella. Están en la Iglesia no de una manera salvífica, mas como paralizados en lo que se refiere a sus actividades más altas y decisivas”.

Claro está que la Iglesia “no expulsa a los pecadores de su propio seno, sino sólo su pecado; continua manteniéndolos en sí con la esperanza de poder convertirlos. Lucha en ellos contra el pecado que cometieron”.

Resaltando la santidad de la Iglesia que nunca se mancha por los pecados de sus hijos, el Cardenal Journet llama la atención para su íntima relación con cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad: desde toda la eternidad, la Iglesia Católica es conocida y querida por el Padre. Es fundada por su Hijo, que vino para redimirnos por la cruz. Y es vivificada por el Espíritu Santo, que vino para establecer en ella, su morada. “La Iglesia entera aparece, así, como el pueblo reunido a imagen de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, de unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs adunata.

La relación de la Madre de Dios con la Santa Iglesia es otro factor de santidad. El conocimiento de la verdadera doctrina sobre María será siempre una llave para comprender el misterio de Cristo y el de su Iglesia. La santidad de Nuestra Señora se refleja en la Iglesia, su virginidad, su pureza, su disponibilidad en relación a la voluntad de Dios. También los ángeles del cielo y los bienaventurados mantienen la santidad de la Iglesia, ennobleciendo el culto que ella presta a Dios.

Todas las obras de la Iglesia tienen por finalidad la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios. Entretanto, ella no podría realizar esa finalidad si no fuese santa. De esta forma, aunque en esta tierra sea gobernada y compuesta por pecadores, ella es indefectiblemente santa, conforme lo prueban los abundantes frutos de santificación que ha producido. Una vigorosa señal de esta santidad es la observancia voluntaria de los consejos evangélicos, por los cuales centenas de millares de hombres y mujeres renuncian a todo lo que podrían tener legítimamente en esta vida — familia, bienes, libertad de decisión — para imitar de modo total a Cristo Jesús.

La Iglesia tiene el coraje de exigir de todos sus hijos el combate contra el pecado. Muchas almas dicen “sí” a ese llamamiento; sin embargo, en general, el bien que practican permanece escondido. El mal en este mundo cuenta con una publicidad mucho mayor, pues su petulancia solicita la atención de todos. Sea como sea, hombres y mujeres de extraordinaria santidad nunca faltarán en la Iglesia, y es como instrumento de santificación que ella pasa por una continua renovación.

Resulta, pues, una gran equivocación proponer modificaciones en la estructura eclesial. “Cuando el valor del compromiso sacerdotal es cuestionado como entrega total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas”, destacaba Benedicto XVI en su venida a Brasil, “dando preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios comienza a perder su significado más profundo. ¿Cómo no sentir tristeza en nuestra alma?”

Un pastor solícito por su rebaño

Algunos diarios han tratado de incriminar al Papa Benedicto XVI por encubrimiento de delitos, en la época en que era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y algunas voces estridentes llegan hasta el extremo de proponer su encarcelamiento.

Según nuestro parecer, ese es el mayor error del adversario en la actual campaña contra la Iglesia. Esta insolencia es lo que ha causado más indignación general, contribuyendo incluso para alertar y enfervorizar a los católicos adormecidos.

La injusticia de los acusadores se muestra más flagrante cuando, al comprobar los hechos, se constata que fue Benedicto XVI, cuando aún era Cardenal, quien más actuó para erradicar el problema, habiéndose acentuado su celo cuando ocupó la Cátedra de Pedro.

Es muy significativa la Carta Pastoral que, poco antes de la Pascua, envió a los católicos irlandeses para ser leída en todos los púlpitos del país. En un gesto sin precedentes, el Santo Padre pedía perdón directamente a las víctimas y a sus familias, expresando su profunda desolación por los “hechos pecaminosos y criminales” de los abusadores. Dirigiéndose a los obispos, resaltaba los “graves errores de juicio” y la “falta de gobierno” de parte de la Jerarquía. Finalmente, subrayaba que la Iglesia está trabajando con ahínco para corregir y remediar el mal que fue practicado.

Destáquese igualmente que, en mayo de 2001, el entonces Cardenal Ratzinger envió una carta a los obispos, ordenando que le fueran encaminadas todas las acusaciones contra clérigos, fuesen viejas o nuevas. Con esa iniciativa, la Santa Sede se adjudicaba la investigación de los abusos y el castigo de los culpables. A partir de entonces, varios acusados tuvieron que enfrentar un proceso canónico completo, muchos fueron expulsados del estado clerical, o se dimitieron voluntariamente, mientras otros sufrieron sanciones administrativas y disciplinares, incluyendo la prohibición de celebrar misa.

Contrariamente a lo que ciertos medios han propagado, la referida carta no prohibía comunicarse con la policía para denunciar eventuales abusos. En realidad, los obispos de algunas partes del mundo — como Estados Unidos, Inglaterra y Canadá — habían adoptado el procedimiento de comunicar a las autoridades policiales, cuando hubiese algún caso confirmado.
Por otra parte, el Vaticano ha establecido normas que tornan rigurosa la selección de los candidatos al seminario. Además, ha llevado a cabo iniciativas como el Año Sacerdotal, aún en curso, y el Congreso Teológico Internacional, realizado en Roma en el último mes de marzo, con el objetivo de renovar el clero y extirpar algunos conceptos erróneos sobre el sacerdocio, causados por una “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” frente al Concilio Vaticano II.

Esperamos que esas brisas de renovación lleven un poco de consuelo a las víctimas de los horribles delitos cometidos por hombres que, como representantes de Dios, deberían ser los primeros protectores de los niños y de los jóvenes. Nos compadecemos de ellas y compartimos sus sufrimientos y desilusiones, ofreciendo por ellas nuestras oraciones. Por cierto, la tragedia que las afectó nos mueve, una vez más, a recordar con dolor a los incontables niños que fueron víctimas del cruel paganismo en la Antigüedad.

De cada persecución, la Iglesia sale fortalecida

Contemplando su propia historia, la Iglesia Católica puede decir con Cíceron: “Alios vidi ventos, alias prospexi animo procellas”.

Como en embestidas anteriores, ella saldrá aún más fuerte del actual combate. Numerosas reacciones por el mundo ya anticipan tal desenlace. En Irlanda y en España, las iglesias se llenaron durante la Semana Santa como hacía muchos años no ocurría. En los Estados Unidos, en Inglaterra y en otros países de Occidente, el número de conversiones aumentó. Varios periodistas, muchos de los cuales no son católicos, tomaron la defensa de la Iglesia. ¿Será necesario recordar que las persecuciones son indispensables para el resplandor de la Esposa de Cristo? ¿Y también para su renovación? En efecto, dice San Pablo: “Nam oportet et hereses esse ut et qui probati sunt manifesti fiant in vobis” (“Siendo, como es, forzoso que aún herejías haya”, 1 Cor 11,19).

Para destacar la perennidad de la Iglesia Católica Apostólica Romana, San Agustín nos ha dejado esta sabia reflexión: “Vacilará la Iglesia, si vacila su fundamento. Pero, ¿podrá, por ventura, Cristo vacilar? Ya que Cristo no vacila, la Iglesia permanecerá intacta hasta el fin de los tiempos”.

Recordemos que “Dios es el Señor del mundo y de la historia”. Fue El mismo quien decretó que “las puertas del Infierno” no prevalecerían contra su Iglesia (Mt 16,18).
______________________________________________

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, es Canónigo Honorario de la Basílica Papal de Santa María la Mayor, de Roma, Protonotario Apostólico Supranumerario, Doctor en Derecho Canónico por el Angelicum, Maestro en Psicología de la Educación por la Universidad Católica de Colombia, Doctor Honoris Causa por el Centro Universitario Ítalo-Brasileiro, Miembro de la Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino (SITA) y de la Pontificia Academia de la Inmaculada, Fundador y Superior General de tres entidades de Derecho Pontificio: Asociación Internacional de Fieles Heraldos del Evangelio, Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli y Sociedad de Vida Apostólica Regina Virginum.

______________________







miércoles, 28 de abril de 2010

Vida y milagros de San Luis María Grignon de Montfort.





San Luis María Grignon de Montfort, presbítero, que evangelizó las regiones occidentales de Francia anunciando el misterio de la Sabiduría Eterna y fundó dos congregaciones. Predicó y escribió acerca de la Cruz de Cristo y de la verdadera devoción hacia la Santísima Virgen, y después de convertir a muchos, descansó de su peregrinación terrena en la aldea de Saint-Laurent-sur-Sèvre.



PRIMEROS AÑOS
San Luis nació en Montfort, Francia el 31 de enero de 1673 de una familia muy numerosa, el siendo el mayor de 18 hermanos. Uno de ellos murió en su infancia, 3 fueron sacerdotes y 3 religiosas. San Luis sobresalía entre sus amigos por su habilidad y su extraordinaria fortaleza física. De carácter era mas bien tímido y prefería la soledad.

Desde joven, San Luis tenía una gran devoción a la Eucaristía y a la Virgen María. Frecuentemente lo encontraban rezando por largo rato frente a una imagen de la Virgen. Cuando tenía suficiente edad, pidió permiso para asistir en la misa de la parroquia en la mañanas. Como la Iglesia le quedaba a dos millas de su casa, tenía que levantarse muy temprano para llegar a tiempo. Mientras estudiaba con los jesuitas en Rennes siempre visitaba la iglesia antes y después de las clases. Participó en una sociedad de jóvenes que durante las vacaciones servían a los pobres y los enfermos incurables. Les leían libros inspirados durante las comidas.

Pero no todo en su juventud era de color de rosas. Su padre, Jean Grignion, tenía la fama de ser uno de los hombres más coléricos en toda la región de Rennes. Y como Luis era el hijo mayor, era quien sentía mas el peso de la furia. Su papá constantemente lo incitaba a la ira. Ya por si mismo Luis tenía un temperamento tan fuerte como el de su papá, lo cual le hacía aun mas difícil soportar aquellas pruebas.. Para evitar un enfrentamiento con su papá, y el mal que su ira podría traer, Luis salía corriendo. Así evitaba la ocasión de pecado. Era todo lo que Luis podía hacer para controlar su temperamento. En vez de empeorar, a través de estas demostraciones de ira de su papá, Luis aprendió a morirse a si mismo y pudo aprender a ser paciente, dulce y crecer en virtud. Su papá, sin quererlo le proporcionó un medio para entrar en la lucha por la santidad a una temprana edad.



UN TOQUE DE GRACIA LO LLEVA AL SACERDOCIO
Entre los 16 y 18 años, San Luis tuvo una experiencia de Dios que marcó su vida para siempre. Ante este encuentro personal e íntimo con Dios, la vida de Luis cambió radicalmente. Se entregaba totalmente a la oración y a la penitencia, encontrando su delicia tan solo en Dios. San Luis aprendió rápidamente que lo que verdaderamente valía no eran los grandes acontecimientos en este mundo: el dinero, la fama, etc. Sino que el verdadero valor ante Dios estaba en la transformación interior.

Escribe San Luis: "Esta es la forma en que actúan las almas predilectas. Se mantienen dentro de su casa .... o sea, mantienen sus mentes en las verdades espirituales (y no en las de la tierra). Se aplican a la oración mental, siguiendo el ejemplo de María, su madre, cuya mayor gloria durante su vida era su vida interior y quien amaba tanto la oración mental. Estas almas observan como tantos trabajan y gastan grandes energías e inteligencia para ganar éxitos y reconocimiento en la tierra. Por la luz del Espíritu Santo, saben que hay mas gloria y mas gozo, permaneciendo escondidos en Cristo y en perfecta sumisión a María, que en hacer grandes cosas o grandes milagros."

En 1693, a los 20 años, siente el llamado de consagrar su vida a Dios a través del Sacerdocio. La primera reacción de su padre no era favorable, pero cuando su papá vio la determinación de su hijo, le dio su bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis sale de su casa hacia París.

EL SEMINARIO
Renunciando a la comodidad de su caballo, San Luis se decidió caminar los 300 kilómetros hacia el seminario en París. Durante su camino, se encuentra con dos pobres en distintos momentos. Al primero le da todo el dinero que su padre le había entregado, quedándose con nada. Al segundo, no teniendo ya mas dinero que darle, le entrega su único traje, regalo de su mama, cambiándolo por los trapos del pobre. De esta manera, San Luis marca lo que ha de ser su vida desde ese momento en adelante. Ya no se limitará a servir a los pobres, pues es ya uno de ellos. Hace entonces un voto de vivir de limosnas.

En aquella época habían seminarios separados para ricos y pobres. Cuando llega San Luis al seminario, viéndolo en tan miserable condición, los superiores lo mandan al seminario de los pobres. Así se privó de las ventajas ofrecidas en el mejor seminario.

En el seminario, San Luis fue Bibliotecario y velador de muertos, dos oficios que eran poco queridos por los demás. Mas en el plan providente de Dios le proporcionaron oportunidades de mucha gracia y crecimiento.

Por su oficio de bibliotecario, San Luis pudo leer muchos libros, sobre todo, libros de la Virgen María. Todos los libros que encontraba de ella, los leía y estudiaba con gran celo. Este período llegó a ser para el, la fundación de toda su espiritualidad Mariana.

El oficio de velar a los muertos fue también de gran provecho. Era su responsabilidad pasar toda la noche junto con algún muerto. Ante la realidad de la muerte que estaba constantemente ante sus ojos, San Luis aprendió a despreciar todo lo de este mundo como vano y temporal. Esto lo llevó a "atesorar tesoros en el cielo y no en la tierra." El llegó a reconocer que nada se debe esperar de lo que es de este mundo mas todo de Dios.

Su tiempo en el seminario estuvo lleno de grandes pruebas. San Luis era poco comprendido por los demás. No sabían como lidiar con el, si como un santo o un fanático. Sus superiores, pensando que toda su vida estaba movida mas bien por el orgullo que por el celo de Dios, lo mortificaban día y noche. Lo humillaban y lo insultaban en frente de todos. Sus compañeros en el seminario, viendo la actitud de los superiores, también lo maltrataban mucho. Se reían de el, lo rechazaban muy a menudo. Y todo esto San Luis lo recibió con gran paciencia y docilidad. Es mas, lo miraba todo como un gran regalo de Cristo quién le había dado a participar de Su Cruz.

SACERDOTE
El 5 de junio de 1700, San Luis, de 27 años, fue ordenado sacerdote. Escogió como lema de su vida sacerdotal: "ser esclavo de María". Enseguida empezaron a surgir grandes cruces en su vida. Pero no se detenía a pensar en si mismo sino que su gran sueño era llegar a ser misionero y llevar la Palabra de Cristo a lugares muy distantes

Después de su ordenación, sus superiores no sabían aun como tratar con el. San Luis estaba ansioso de poder empezar su obras apostólicas. Sin embargo sus superiores le negaron sus facultades de ejercer como sacerdote....no podía confesar ni predicar.... y lo mantuvieron un largo rato en el seminario haciendo varios oficios menores. Esto fue un gran dolor para San Luis, no por los trabajos humildes sino por no poder ejercer su sacerdocio. Tenía como único deseo dar gloria a Dios en su sacerdocio y en sus obras misioneras. Mas como siempre, San Luis obedeció con amor.

Después de casi un año en el seminario, por fin San Luis se encontró con un sacerdote organizador de una compañía de sacerdotes misioneros, que le invitó a acompañarlo en otro pueblo. Sus superiores, aprovechando esta oportunidad para salir de el, le dieron permiso. A San Luis le esperaba otra gran decepción pues cuando llegó a la casa de los padres misioneros, vio tan grandes abusos y mediocridad entre ellos que no le quedaba duda de que no podía quedarse. Escribió inmediatamente a su superior del seminario pidiendo regresar a París pero este le dijo que estaba siendo malagradecido y le hizo quedarse. San Luis, que obedecía santamente a sus superiores, se quedó. Aun no le daban permiso para confesar y pasaba los días enseñándole catecismo a los niños.

CAPELLÁN DE HOSPITAL
Después de varios meses en que se encuentra relegado, San Luis es asignado capellán del hospital de Poitiers, un asilo para los pobres y marginados. No era el apostolado que San Luis buscaba, pues su deseo era ser misionero, pero aceptó con docilidad. Cuando ya percibía los frutos llegó la prueba otra vez. Los poderosos del mundo no podían aceptar la simplicidad y naturalidad que tenía San Luis con los pobres y empezaron los ataques y la persecución. Vive, como todos los santos, el sufrimiento de Cristo.

De vuelta en París, el predilecto de la Virgen Santísima empieza a ver como las puertas se le cerraban con rapidez. Muchos, no entendiéndolo, crean falsos testimonios de el, desacreditándolo como sacerdote y como hombre. Es rechazado hasta por sus amigos mas íntimos. Fue tanto el rechazo contra el, que en uno de los hospitales en que servía, su superior le puso una nota bajo su plato a la hora de la cena informándole que ya no necesitaba de su ministerio. Hasta su propio obispo empieza a dudar seriamente de el y dos veces lo manda a callar.

San Luis, aunque sufrió enormemente, se mantuvo firme en su fe actuando como un santo sacerdote. Dios lo estaba purificando y fortaleciendo para que su vida sea un amor puro a Dios y al prójimo. En su total humillación y abandono de todos se abre cada vez mas a la total conciencia de que Dios es su único apoyo, su única defensa. El ve en esto una nueva oportunidad de abrazar su determinación de vivir en plena pobreza, tanto espiritual como física. También llega a entender que la razón de los ataques es la doctrina Mariana que enseña. Primero porque Satanás no la quiere y segundo porque la humanidad no esta dispuesta a abrazar sus enseñanzas.

RECURSO AL PAPA QUIEN LE HACE MISIONERO
San Luis decide, en el año 1706, recurrir al Santo Padre, el Papa Clemente XI. Quería saber si en verdad estaba errado como todos decían o si cumplía la voluntad de Dios, lo cual era su único deseo. Se logra el encuentro y San Luis recibe del papá la bendición y el título de Misionero Apostólico.

Durante su vida apostólica como misionero, San Luis llegará a hacer 200 misiones y retiros. Con gran celo predicaba de pueblo en pueblo el Evangelio. Su lenguaje era sencillo pero lleno de fuego y amor a Dios. Sus misiones se caracterizaban por la presencia de María, ya que siempre promovía el rezo del santo rosario, hacía procesiones y cánticos a la Virgen. Sus exhortaciones movían a los pobres a renovar sus corazones y, poco a poco, volver a Dios, a los sacramentos y al amor a Cristo Crucificado. San Luis siempre decía que sus mejores amigos eran los pobres, ante quienes abría de par en par su corazón.




FUNDADOR
Un año antes de su muerte, el Padre Montfort fundó dos congregaciones -- Las hermanas de la Sabiduría, dedicadas al trabajo de hospital y la instrucción de niñas pobres, y la Compañía de María, misioneros. Hacía años que soñaba con estas fundaciones pero las circunstancias no le permitían. Humanamente hablando, en su lecho de muerte la obra parecía haber fracasado. Solo habían cuatro hermanas y dos sacerdotes con unos pocos hermanos. Pero el Padre Montfort, quien tenía el don de profecía, sabía que el árbol crecería. Al comienzo del siglo XX las Hermanas de la Sabiduría eran cinco mil con cuarenta y cuatro casas, dando instrucción a 60,000 niños.

Después de la muerte del fundador, la Compañía de María fue gobernada durante 39 años por el Padre Mulot. Al principio había rehusado unirse a Montfort en su trabajo misionero. "No puedo ser misionero", decía, "porque tengo un lado paralizado desde hace años; tengo infección de los pulmones que a penas me permite respirar, y estoy tan enfermo que no descanso día y noche." Pero San Luis, inspirado por Dios, le contestó, "En cuanto comiences a predicar serás completamente sanado". Así ocurrió

SUS VIRTUDES
Los santos son hombres que aman con todo el corazón y el corazón da fruto en virtud. Los frutos no se dan sin la entrega y el sacrificio perseverante. San Luis Grignion de Montfort es un hombre de oración constante, ama a los pobres y vive la pobreza con radicalidad, goza en las humillaciones por Cristo.

Algunas anécdotas:

En una misión para soldados en La Rochelle, estos, movidos por sus palabras, lloraban y pedían perdón por sus pecados a gritos. En la procesión final un oficial caminaba a la cabeza descalzo, llevando la bandera. Los soldados, también descalzos, seguían llevando en una mano el crucifijo y en la otra el rosario mientras cantaban himnos.

Cuando anunció su plan de construir un monumental Calvario en una colina cercana a Pontchateau, muchos respondieron con entusiasmo. Por quince meses, entre doscientos y cuatrocientos campesinos trabajaron diariamente sin recompensa. Cuando la magna obra estaba recién terminada, el rey ordenó que todo fuese destruido. Los Jansenistas habían convencido al gobernador de Bretaña que se estaba construyendo una fortaleza capaz de ayudar a una revuelta. El padre Montfort actuó con una gran paz ante la situación. Solo exclamó: "Bendito sea Dios".

-En una ocasión, cuando el obispo lo había mandado a callar, San Luis obedientemente se retiró en oración. Fue durante ese tiempo que escribió "A los Amigos de la Cruz", un fabuloso tratado que enseña la necesidad y la práctica de llevar la cruz.

-Los Jansenistas (seguidores de Jansenio que terminaron en herejía), irritados por los éxitos del padre Montfort, logran por medio de intrigas que se le expulse del distrito en que daba una misión.

-En La Rochelle trataron de envenenarlo con una taza de caldo y, a pesar del antídoto que tomó, su salud fue dañada permanentemente.

-En otra ocasión trataron de asesinarlo cuando caminaba por una estrecha calle. El tubo un presentimiento de peligro y escapó por otra calle.

¿Y CUÁL ES ESPIRITUALIDAD TAN ATACADA?
La espiritualidad de San Luis María sigue hoy día siendo amada por el Papa y perseguida por muchos aun de la Iglesia. Es porque enseña un camino muy claro y exigente que no permite ambigüedades ni medias tintas. El amor lo reclama todo.

La espiritualidad de San Luis María de Montfort se basa en dos fundamentos:

1- Reproducir la imagen de Cristo Crucificado en nosotros.
2- Hacerlo a través y por medio de nuestra consagración a María como esclavo de amor.

En otras palabras: vivir la Cruz Redentora a través de María.

Toda la vida de Luis fue centrada sobre un deseo: La adquisición de la Sabiduría Eterna que es Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María.

Optó por una condición radical de vida formulada como "La santa esclavitud" o la esclavitud voluntaria de amor a la Virgen Santísima para llevarnos a la de Cristo. A ella le entregamos cuerpo y alma para que haga con nosotros lo que quiera pues todo lo que ella quiere es de Dios. La Virgen, Gestora de Cristo, pasa a ser la que dispone de nosotros..

Es una vía de perfección y unión, de ascética radical y de misticismo dentro del corazón de María Santísima. Enseña que el alma abandonada en las manos de la Madre es unida a la obediencia del Hijo. Esta entrega es total cuando el alma se separa de todo apego terrenal y así es reengendrada en el seno de María donde se encarnó Jesús. Llega a ser así perfecta imagen de Dios quien escogió ser obediente hasta la Cruz.

San Luis no ve en María una simple devoción piadosa y sentimental, sino una devoción fundada en teología sólida, la cual proviene del misterio inefable de lo que Dios ha optado realizar por su mediación y por su perfecta docilidad a esa obra. Esto es muy importante, ya que es este desarrollo lo que ha hecho posible la revolución teológica que causó San Luis de Montfort.

El papa Juan Pablo II era un gran devoto de Montfort. De el tomó su lema "Totus Tuus" y se refirió al santo en su encíclica Mariana Redemptoris Mater y en muchas otras ocasiones. También visitó su tumba Saint Laurent sur Sevre, añadiéndola al itinerario de su visita a Francia. Allí, junto a la tumba estubo a punto de sufrir un atentado, plantaron una bomba que fue descubierta por la seguridad. Providencialmente, nada detuvo al Papá de honrar al santo que tanto ama.

ESCRITOS
San Luis dio a la Iglesia las obras mas grandes que se han escrito sobre la Virgen Santísima: El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen , el Secreto de la Virgen, y El Secreto del Rosario. A estos se añade "A los Amigos de la Cruz". La Iglesia ha reconocido sus libros como expresión auténtica de la doctrina eclesial. El Papa Pío XII, quién canonizó a San Luis dijo: "Son libros de enseñanza ardiente, sólida y autentica."

MUERTE Y CANONIZACIÓN
San Luis murió en Saint Laurent sur Sevre el 28 de Abril de 1716, a la edad de 43 años.

Fue beatificado en 1888 por León XIII y canonizado el 20 de Julio de 1947 por Pío XII.

Es venerado como sacerdote, misionero, fundador y sobre todo, como Esclavo de la Virgen María



viernes, 16 de abril de 2010

5 Años del Pontificado de Benedicto XVI.





HABEMUS PAPAM!

Benedicto XVI sucede a Juan Pablo II en la Cátedra de Pedro

“Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, para que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”. Así se expresó el Santo Padre Benedicto XVI en la homilía de la Misa inaugural de su pontificado, en la Plaza de San Pedro.

José Messias Lins Brandão

Bastarían esas sabias palabras del nuevo Papa para mostrar el acierto de los Cardenales que lo eligieron Pastor Supremo del rebaño de Cristo.



Durante los breves días en que la Cátedra de Pedro quedó sin ocupante, los Cardenales se impresionaron con el modo en que Mons. Ratzinger condujo los asuntos eclesiásticos. El Sacro Colegio supo ser rápido y vigilante, no dejando que el timón de la barca de Pedro quedara sin piloto. Todavía resonaban en el orbe terrestre las palabras “el Papa ha muerto”, cuando ya empezábamos a oír el eco de la proclamación “Habemus Papam!"

En el amor a Cristo está la fuerza del Papa

La actitud del entonces Cardenal Ratzinger durante la misa fúnebre de Juan Pablo II, el 8 de abril, causó una primera impresión favorable no sólo a los demás Cardenales, sino también a todos los que lo vieron, ya sea en la misma Plaza de San Pedro o apretados frente a las pantallas de televisión en todos los rincones de la tierra. Se vislumbraba cierto brillo en él, como varios comentaristas lo señalaron en la ocasión. Tal vez ya era un soplo del Espíritu Santo para mostrar al mundo quien sería el próximo Papa.

Las palabras de su homilía llamaron especialmente la atención; en ellas, haciendo referencia al llamado del Señor a Juan Pablo II, señaló que en el centro del Papado está una renuncia radical y un amor sin límites a Cristo, cabeza de la Iglesia:

‘Sígueme'. En octubre de 1978 el Cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Apacienta mis ovejas'. A la pregunta del Señor: ‘Karol, ¿me amas?', el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: ‘Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te amo'. El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigo en Cristo pudo llevar un peso que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal."

Debemos tener una fe adulta

No obstante, de acuerdo a una gran parte de los analistas, lo que parece haber decidido la elección de Benedicto XVI fue su homilía en la Misa del día 18, en la apertura del Cónclave, cuando abordó con valentía y discernimiento los males que la Iglesia debe enfrentar en nuestro tiempo .

Comentando la carta de san Pablo a los Efesios, Mons. Ratzinger apuntó “la maduración de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como condición y contenido de la unidad del cuerpo de Cristo”.

¿En qué consiste esa maduración de la fe? ¿Qué jornada debemos emprender a camino de la “madurez de Cristo”? Debemos ser adultos en la fe, respondió el futuro Papa.

No podemos permanecer como menores de edad, apenas con una fe infantil. ¿Y en qué consiste ser niños en la fe?, se preguntó, para responder en palabras de san Pablo: significa ser “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…” (Ef 4, 14).

“¡Una descripción muy actual!”– exclamó Joseph Ratzinger.

Prosiguiendo su agudo y ponderado análisis del gran problema de nuestros días, afirmó sin rodeos: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14)”.


Dictadura del relativismo

Ahondando todavía más en su diagnóstico sobre los males de nuestro tiempo, Joseph Ratzinger apuntó el que quizás sea el mayor embuste del mundo presente: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse ‘llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina', parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales”.

Y el futuro Papa denunció entonces el gran peligro para la Iglesia: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”.

Al final de su homilía pudo asegurar sin vacilaciones, y sin temor a ser desmentido:

“No es ‘adulta' una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad."

Un solo rebaño y un solo Pastor

En el primer mensaje luego de ser elegido, al final de la misa del día 20 en la Capilla Sixtina, el Santo Padre Benedicto XVI señaló que, desde el súbito agravamiento de la salud de Juan Pablo II, vivimos “un tiempo extraordinario de gracia”, que pudo observarse en “la multitudinaria oleada de fe, de amor y de solidaridad espiritual que culminó en sus exequias solemnes".

El nuevo Papa comprobaba con eso la alentadora novedad que ya señalamos en nuestra Editorial: gracias excepcionales derramadas sobre el mundo en abundancia. Y sigue hablando de ese fenómeno: “El funeral de Juan Pablo II fue una experiencia realmente extraordinaria, en la que, de alguna manera, se percibió el poder de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia mediante la fuerza unificadora de la Verdad y del Amor".

Expresándose de ese modo, Benedicto XVI indicaba una de las tareas que considera prioritarias en su pontificado: poder reconstruir la unidad que un día existió entre los cristianos, trayendo al rebaño de la Iglesia de Cristo a todas las ovejas que deben hacer parte de ella.

Retomó esa temática en la homilía del día 24, cuando comentó el simbolismo del pallium, hecho con lana de cordero. Recordó la parábola de la oveja descarriada, socorrida por la solicitud del pastor, que sigue su rastro aun a costa de mucho sufrimiento .

Benedicto XVI expresó su deseo de seguir el ejemplo del Buen Pastor, pidiéndonos: “Rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos”.

Enseguida, con breves y claras palabras trazó el programa de un ecumenismo auténtico y bien definido para su pontificado, al repetir con Jesús: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor” (Jn 10, 16).

Hacer brillar a los ojos del mundo la luz de Cristo

En la homilía de la misa del 20 de abril, Benedicto XVI, muy conmovido, se refirió al episodio en el que Jesús instituyó el Papado: “En estos momentos vuelvo a pensar en lo que sucedió en la región de Cesarea de Filipo hace dos mil años. Me parece escuchar las palabras de Pedro: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo', y la solemne afirmación del Señor: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (...) A ti te daré las llaves del reino de los cielos".


Podemos hacernos una idea de lo que ocurría en el alma del Santo Padre, si prestamos atención a la misma homilía: “¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres Pedro! Me parece revivir esa misma escena evangélica; yo, Sucesor de Pedro, repito con estremecimiento las vibrantes palabras del pescador de Galilea y vuelvo a escuchar con íntima emoción la consoladora promesa del Divino Maestro. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis débiles hombros, sin duda es inmensa la fuerza divina con la que puedo contar”.

Y el Santo Padre, con una muestra de completa y serena conciencia de su misión universal, sabiendo que billones de personas del mundo entero fijaban sus ojos en él, se expresó sin ambigüedad: “El Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea la ‘piedra' en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A Él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu".

El Papa Benedicto XVI conservaba en su memoria las imágenes todavía frescas de la imponente manifestación despertada por la muerte y los funerales de Juan Pablo II, y recordó que “en torno a sus restos mortales, depositados en la tierra desnuda, se reunieron jefes de naciones, personas de todas las clases sociales, y especialmente jóvenes, en un inolvidable abrazo de afecto y admiración".

Y su conclusión –llena de convencimiento en la fuerza de la Santa Iglesia– la expresó del siguiente modo: “A muchos les pareció que esa intensa participación, difundida hasta los confines del planeta por los medios de comunicación social, era como una petición común de ayuda dirigida al Papa por la humanidad actual, que, turbada por incertidumbres y temores, se plantea interrogantes sobre su futuro".

Vemos al Santo Padre dispuesto, como el Buen Pastor, a sacrificarse y ayudar a todas sus ovejas, fieles o descarriadas, para cruzar en medio de las tempestades que dominan el inicio del tercer milenio. Consciente de lo que el mundo entero espera de él, y más que nada, de lo que Cristo espera de él, Benedicto XVI, en la misa del mismo día 20, condensó en pocas líneas la esencia de su programa:

"La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de su deber de volver a proponer al mundo la voz de Aquel que dijo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida' (Jn 8, 12). Al iniciar su ministerio, el nuevo Papa sabe que su misión es hacer que resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no su propia luz, sino la de Cristo ".


BIOGRAFÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

El cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, nació en Marktl am Inn, diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927 (Sábado Santo), y fue bautizado ese mismo día. Su padre, comisario de la gendarmería, provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera, de condiciones económicas más bien modestas. Su madre era hija de artesanos de Rimsting, en el lago Chiem, y antes de casarse trabajó de cocinera en varios hoteles.

PAPA BENTO XVI..jpg

Pasó su infancia y su adolescencia en Traunstein, una pequeña localidad cerca de la frontera con Austria, a treinta kilómetros de Salzburgo. En ese marco, que él mismo ha definido “mozartiano”, recibió su formación cristiana, humana y cultural.

El período de su juventud no fue fácil. La fe y la educación de su familia lo preparó para afrontar la dura experiencia de aquellos tiempos en los que el régimen nazi mantenía un clima de fuerte hostilidad contra la Iglesia católica. El joven Joseph vio como los nazis golpeaban al párroco antes de la celebración de la Santa Misa.

Precisamente en esa compleja situación, descubrió la belleza y la verdad de la fe en Cristo; para ello fue fundamental la actitud de su familia, que siempre dio un claro testimonio de bondad y esperanza, con una arraigada pertenencia a la Iglesia.

En los últimos meses de la segunda guerra mundial fue enrolado en los servicios auxiliares antiaéreos.

De 1946 a 1951 estudió filosofía y teología en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising y en la universidad de Munich, en Baviera.

Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1951.

Un año después, inició su actividad como profesor en la Escuela superior de Freising.

En el año 1953 se doctoró en teología con la tesis: “Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia en san Agustín”. Cuatro años más tarde, bajo la dirección del conocido profesor de teología fundamental Gottlieb Söhngen, obtuvo la habilitación para la enseñanza con una disertación sobre: “La teología de la historia de san Buenaventura».

Tras ejercer como profesor de teología dogmática y fundamental en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising, prosiguió su actividad docente en Bona, de 1959 a 1963; en Muñiste, de 1963 a 1966; y en Tubinga, de 1966 a 1969. En este último año pasó a ser catedrático de dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, donde ocupó también el cargo de vicerrector de la Universidad.

De 1962 a 1965 hizo notables aportaciones al Concilio Vaticano II como “experto”; asistió como teólogo consultor del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.

A Su intensa actividad científica lo llevó a desempeñar importantes cargos al servicio de la Conferencia Episcopal Alemana y de la Comisión Teológica Internacional.

En 1972, juntamente con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros grandes teólogos, fundó la revista de teología “Communio”.

El 25 de marzo de 1977, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y Freising. El 28 de mayo recibió la Ordenación episcopal. Fue el primer sacerdote diocesano, después de 80 años, que asumió el gobierno pastoral de la gran archidiócesis bávara. Escogió como lema episcopal: “Colaborador. de la verdad” y él mismo lo explicó: “Por un lado, me parecía que expresaba la relación entre mi tarea previa como profesor y mi nueva misión. Aunque de diferentes modos, lo que estaba y seguía estando en juego era seguir la verdad, estar a su servicio. Y, por otro, escogí este lema porque en el mundo de hoy el tema de la verdad es acallado casi totalmente; pues se presenta como algo demasiado grande para el hombre y, sin embargo, si falta la verdad todo se desmorona».

Pablo VI lo creó cardenal, con el título presbiteral de “Nuestra Señora de la Consolación en el Tiburtino”, en el consistorio del 27 de junio del mismo año.

En 1978, el Cardenal Ratzinger participó en el Cónclave, celebrado del 25 al 26 de agosto, que eligió a Juan Pablo I, el cual lo nombró su Enviado Especial al III Congreso mariológico internacional, que tuvo lugar en Guayaquil (Ecuador), del 16 al 24 de septiembre. En el mes de octubre del mismo año, participó también en el Cónclave que eligió a Juan Pablo II.

Fue Relator en la V Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, de 1980, sobre el tema: “Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo”, y Presidente delegado de la VI Asamblea general ordinaria, de 1983, sobre “La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia».

Juan Pablo II lo nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional, el 25 de noviembre de 1981. El 15 de febrero de 1982 renunció al gobierno pastoral de la archidiócesis de Munich y Freising El 5 de abril de 1993, lo elevó al Orden de los Obispos, asignándole la sede suburbicaria de Velletri-Segni.

Fue Presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia católica, que, después de seis años de trabajo (1986-1992), presentó al Papa el nuevo Catecismo.

Juan Pablo II, el 6 de noviembre de 1998, aprobó la elección del cardenal Ratzinger como Vicedecano del Colegio cardenalicio, realizada por los Cardenales del Orden de los Obispos. Y el 30 de noviembre de 2002, aprobó su elección como Decano; con dicho cargo le fue asignada, además, la sede suburbicaria de Ostia.

En 1999 fue Enviado Especial del Papa a las celebraciones con ocasión del XII centenario de la creación de la diócesis de Paderborn, Alemania, que tuvieron lugar el 3 de enero.

Desde el 13 de noviembre de 2000 fue Académico honorario de la Academia Pontificia de las Ciencias.

En la Curia romana, fue miembro del Consejo de la Secretaria de Estado para las Relaciones con los Estados; de las Congregaciones para las Iglesias Orientales, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para los Obispos, para la Evangelización de los Pueblos, para la Educación Católica, para el Clero y para las Causas de los Santos; de los Consejos pontificios para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y para la Cultura; del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; y de las Comisiones pontificias para América Latina, “Ecclesia Dei”, para la Interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico y para la Revisión del Código de Derecho Canónico Oriental.

Papa Bentto XVI.jpg

Entre sus numerosas publicaciones ocupa un lugar destacado el libro: "Introducción al Cristianismo", recopilación de lecciones universitarias publicadas en 1968 sobre la profesión de fe apostólica; "Palabra en la Iglesia" (1973), antología de ensayos, predicaciones y reflexiones dedicadas a la pastoral.

Tuvo gran resonancia el discurso que pronunció ante la Academia bávara sobre el tema “¿Por qué sigo aún en la Iglesia?”, en el que, con su habitual claridad, afirmó: “Sólo en la Iglesia es posible ser cristiano y no al margen de la Iglesia».

Sus publicaciones fueron abundantes a lo largo de los años, constituyendo un punto de referencia para muchas personas, especialmente para los que querían profundizar en el estudio de la teología. En 1985 publicó el libro-entrevista “Informe sobre la fe” y, en 1996 “La sal de la tierra”. Asimismo, con ocasión de su 70° cumpleaños, se publicó el libro: “En la escuela de la verdad”, en el que varios autores ilustran diversos aspectos de su personalidad y de su obra.

Ha recibido numerosos doctorados “honoris causa”: por el College of St. Thomas in St. Paul (Minnesota, Estados Unidos), en 1984; por la Universidad católica de Eichstätt (Alemania) en 1985; por la Universidad católica de Lima (Perú), en 1986; por la Universidad católica de Lublin (Polonia), en 1988; por la Universidad de Navarra (Pamplona, España), en 1998; por la Libre Universidad María Santísima Asunta (LUMSA) (Roma), en 1999; por la Facultad de teología de la Universidad de Wroclaw (Polonia), en 2000.