martes, 26 de julio de 2011

Confirmaciones realizadas por Mons. Jesús Antonio Ledezma Nolasco Obispo de la VII Vicaria Episcopal en Santa Isabel Sede de la Mesa Redonda de Caballeros de Colón San Josemaría Escrivá de Balaguer.












San Joaquin y Santa Ana.

Los padres de la Virgen María: un matrimonio santo.



San Joaquín

Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios. Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la Virgen.

Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios.

Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que levantara sospechas bastante fundadas.

No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones.

En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscrimadamente.

Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas, 3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había convertido a los ojos de la ley, a fuer de su matrimonio, en el hijo de Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos nombres Helí y Joaquín.

Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los Bollandistas, que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos rebaños.

Más interesantes son las bellas líneas en las que el Evangelio de Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia.

Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados.

Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María in Probática, Sagrada Probática y Santa Ana fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una escuela musulmana.

La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue redescubierta en 1889. San Joaquín fue honrado muy pronto por los griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario, donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de diciembre.

Asociado por Julio II [el de la capilla Sixtina] al 20 de marzo, la solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII [el de la Rerum Novarum] quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.

Santa Ana

Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre que la tradición ha señalado para la madre de la Virgen. Las fuentes son las mismas que en el caso de San Joaquín. Aunque la versión más antigua de estas fuentes apócrifas se remonta al año 150 d.C., difícilmente podemos admitir como fuera de toda duda sus variopintas afirmaciones con fundamento en su sola autoridad.

En Oriente, el Protoevangelio gozó de gran autoridad y de él se leían pasajes en las fiestas marianas entre los griegos, los coptos y los árabes. En Occidente, sin embargo, como ya te adelanté con San Joaquín, fue rechazado por los Padres de la Iglesia hasta que su contenido fue incorporado por San Jacobo de Vorágine a su Leyenda Áurea en el siglo XIII.

A partir de entonces, la historia de Santa Ana se divulgó en Occidente y tuvo un considerable desarrollo, hasta que Santa Ana llegó a convertirse en uno de los santos más populares también para los cristianos de rito latino.

El Protoevangelio aporta la siguiente relación: En Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con
ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.

Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.

Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: "Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam.

Dado que esta narración parece reproducir el relato bíblico de la concepción del profeta Samuel, cuya madre también se llamaba Hannah, la sombra de la duda se proyecta hasta en el nombre de la madre de María.

El célebre Padre John de Eck de Ingolstadt, en un sermón dedicado a Santa Ana (pronunciado en París en 1579), aparenta conocer hasta los nombres de los padres de Santa Ana. Los llama Estolano (Stollanus) y Emerencia (Emerentia).

Afirma que la santa nació después de que Estolano y Emerencia pasaran veinte años sin descendencia; que San Joaquín murió poco después de la presentación de María en el templo; que Santa Ana casó después con Cleofás, del cual tuvo a María de Cleofás; la mujer de Alfeo y madre de los apóstoles Santiago el Menor, Simón y Judas Tadeo, así como de José el Justo.

Después de la muerte de Cleofás, se dijo que casó con Salomas, de quien trajo al mundo a María Salomé (la mujer de Zebedeo y madre de los apóstoles Juan y Santiago el Mayor).

La misma leyenda espuria se halla en los textos de Gerson y en los de muchos otros. Allí surgió en el siglo XVI una animada controversia sobre los matrimonios de Santa Ana, en la que Baronio y Belarmino defendieron su monogamia.

En Oriente, al culto a Santa Ana se le puede seguir la pista hasta el siglo IV. Justiniano I hizo que se le dedicara una iglesia. El canon del oficio griego de Santa Ana fue compuesto por San Teófanes, pero partes aún más antiguas del oficio son atribuidas a Anatolio de Bizancio.

Su fiesta se celebra en Oriente el 25 de julio, que podría ser el día de la dedicación de su
primera iglesia en Constantinopla o el aniversario de la llegada de sus supuestas reliquias a esta ciudad (710).

Aparece ya en el más antiguo documento litúrgico de la Iglesia Griega, el Calendario de
Constantinopla (primera mitad del siglo VIII). Los griegos conservan una fiesta común de San Joaquín y Santa Ana el 9 de septiembre.

En la Iglesia Latina, Santa Ana no fue venerada, salvo, quizás, en el sur de Francia, antes del siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo
VIII y hallada más tarde en la Iglesia de Santa María la Antigua de Roma, acusa la influencia bizantina.

Su fiesta, bajo la influencia de la Leyenda Áurea, se puede ya rastrear (26 de julio) en el siglo XIII, en Douai. Fue introducida en Inglaterra por Urbano VI el 21 de noviembre de 1378, y a partir de entonces se extendió a toda la Iglesia occidental. Pasó a la Iglesia Latina universal en 1584.

Santa Ana es la patrona de Bretaña. Su imagen milagrosa (fiesta, 7 de marzo) es venerada en Notre Dame d´Auray, en la diócesis de Vannes.
También en Canadá -donde es la patrona principal de la provincia de Québec- el santuario de Santa Ana de Beaupré es muy famoso.

Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras; se la representa con la Virgen María en su regazo, que también lleva en brazos al Niño Jesús. Es además la patrona de los mineros, que comparan a Cristo con el oro y con la plata a María.

lunes, 25 de julio de 2011

Santiago Apostol Patrono de España y de America Hispana.





Hoy, 25 de julio, es la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono de España y de numerosas provincias y ciudades de la Hispanidad.

Este año, además, se suma el hecho de ser Jacobeo. En efecto, el Papa Calixto II concedió el privilegio de Año Santo Compostelano o Jacobeo a los años en que la fiesta de Santiago Apóstol coincide en domingo.
Esto sucede con una cadencia regular de 6-5-6-11 años, de modo que cada siglo se celebran catorce Años Santos Jacobeos. De este modo, el último año compostelano fue en 2004, y el próximo sería en 2021.
Este Año Santo otorga, como indulgencia plenaria, el perdón de todos los pecados y sus deudas a los peregrinos que cumplan con todos los requisitos.

Los privilegios concedidos por Calixto II fueron confirmados y aumentados por otros pontífices como Eugenio III, Anastasio IV y Alejandro III, el cual en bula Regis Aeterni, del 25 de julio de 1178, declaraba perpetuo el privilegio y lo equiparaba al de Roma y Jerusalén.
Meditemos, hoy, sobre la vida y obra de este gran Apóstol para tratar de sacar algunas enseñanzas prácticas para nuestra vida interior.
Si consideramos la vida del Apóstol Santiago, notaremos en él dos ambiciones bien diferentes: una viciosa, y otra honrosa y santa.
Jesucristo llamó al apostolado a Santiago el Mayor; agradezcamos a Nuestro Señor todo lo que ha hecho por este Apóstol, y recojamos las enseñanzas que nos ofrecen lo bueno y lo imperfecto que hallamos en la vida de este su feliz discípulo.
Reflexionemos primero sobre la ambición viciosa del apóstol Santiago.
Sabemos que había en la nación judía la preocupación universalmente extendida, de que el Mesías iba a fundar en la tierra un reino temporal. Los padres de Santiago habrían conversado, ciertamente, muchas veces acerca de esto con él y con San Juan, su hermano.

Su madre, siguiendo las inspiraciones del amor maternal, naturalmente ambicioso cuando se trata de sus hijos queridos, vino con ellos a encontrar a Jesucristo y, tal como lo relata el Evangelio de la fiesta, le dijo: Maestro, ordenad que mis dos hijos aquí presentes se sienten en vuestro reino, el uno a vuestra derecha y el otro a vuestra izquierda.
El Salvador dio a los discípulos, de quienes era portavoz la madre, esta respuesta, tan digna de nuestra meditación: no sabéis lo que pedís.
¡Cuánta verdad encierran estas palabras! Así es, Dios mío; el que pide elevación no sabe lo que pide:
1°) porque querer salir de su condición no es cosa razonable: semejante pretensión, si se generalizase, trastornaría toda la sociedad;
2º) porque cada uno debe respetar el orden de la Providencia: se falta a Dios cuando se quiere salir de este orden, y no podemos contar con su asistencia, sino en cuanto nos mantenemos en la posición en que Él nos coloca;
3º) porque es un error creer que estaremos mejor en donde no estamos;
4º) porque tal imaginación engendra malestar y descontento;
5º) porque en las posiciones elevadas la responsabilidad es mayor, el amor propio más fuerte, el orgullo más ambicioso y los peligros más numerosos;
6º) porque colocar su ambición en cosas de la tierra no es digno del que debe poner más alta su mira y elevarse hasta el Cielo.
“Hijo mío, decía el rey Filipo a Alejandro, mi reino es estrecho para ti: lleva más lejos tu corazón”. Y nosotros, cristianos, debemos decirnos: “La tierra es demasiado baja para nosotros; no apeguemos al polvo un corazón hecho para el cielo”.
“¡Hijo mío!, dijo San Ignacio de Loyola a San Francisco Javier, despreciad el mundo; sed ambicioso, enhorabuena; pero no tengáis ambición tan baja que se contente con honores pasajeros; no aspiréis sino a los honores inmortales; amad la gloria, si queréis; pero no la gloria que pasa como el humo, sino la gloria sólida del reino de los cielos”.
La petición de la madre de los hijos del trueno genera en los otros discípulos indignación, recelo y división.
Esta situación es aprovechada por el Maestro para corregir, pedagógicamente, los fallos de los discípulos.
Frente al egoísmo de todos, el maestro pronuncia unas reflexiones sobre el nuevo concepto de la autoridad. Su pensamiento se desarrolla en tres sentencias:
Los jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen. Jesús coloca el énfasis en la manera como se impone la autoridad en el régimen político de las naciones. Esta manera de ejercer la autoridad no puede ser el modelo de las relaciones entre los discípulos.
El que quiera ser el más grande entre ustedes, sea el servidor. Esta sentencia de Jesús está en paralelo de contraste con los jefes de las naciones que ocupan un puesto de dirección y responsabilidad.
Jesús no quiere una comunidad sin autoridad, pero pone como condición a quienes la ejerzan que han de tener un alma humilde y una actitud de servicio.
El candidato a ser el primero deberá hacerse servidor de todos.
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Con esta sentencia, Jesús autodefine su misión como servicio y entrega de la propia vida por los demás. Con esto queda claro lo que quiso decir Jesús al hablar de su cáliz.
Consideremos ahora, en segundo lugar, la ambición santa y honrosa del Apóstol Santiago.
Jesucristo, al elevar el pensamiento de estos apóstoles del reino de la tierra al Reino de los Cielos, les dijo: Para llegar a mi reino, es preciso beber el cáliz de dolor y de amargura que Yo beberé: ¿podéis beberlo vosotros?
Sí, Señor, podemos, respondieron; y desde entonces una nueva y santa ambición se apoderó de ellos: la de seguir pobres a un Dios pobre; de acompañarle en sus viajes, de trabajar durante el día, de velar y de orar durante la noche; de llevar sin cesar la cruz; de olvidarse, de menospreciarse a sí mismos y de sacrificarlo todo por el Evangelio.
Estarán muy cerca de Jesús, pero no por la vía de los privilegios y del reino terreno, sino por el hecho de compartir su suerte… su cáliz…
En este sentido, la muerte de Santiago no es sino una participación en la muerte de Jesús: por la puerta de la entrega de la propia vida, Santiago está sentado con Jesús en su Reino.
La vida del Apóstol Santiago, en efecto, cuenta San Epifanio, era muy austera, y su celo por la conversión de los judíos y de los infieles no conocía límites.
Después de haber evangelizado a España, pasó de nuevo a Jerusalén, y fue el primero de los apóstoles en morir por Jesucristo; el primero de ellos que bañó con su sangre la ciudad santa. Convirtió a su verdugo, dándole un fraternal abrazo, cuando iba al martirio; y su muerte, dando ocasión a la dispersión de los apóstoles, extendió la predicación del Evangelio por toda la tierra.
¡Oh santa ambición! Quedasteis satisfecha; ¡oh gran Apóstol!, bebisteis el cáliz hasta la última gota; y como el Salmista, saboreasteis sus delicias, diciendo con él: ¡Cuán embriagador y bello es mi cáliz!
Debemos advertir que lo que está en juego en este episodio es como los discípulos de Jesús nunca entendieron antes de su Pasión lo que se estaba tramando en la vida íntima de Jesús y en su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios.
El discutir sobre los primeros puestos, el entender el mesianismo de Jesús como algo social y político, es algo que responde a la historia verdadera de los Apóstoles… y de muchos de los seguidores de Jesús a lo largo de la historia… San Pedro mismo recibe el reproche más fuerte que podamos imaginar, precisamente por no aceptar que el Mesías pudiera sufrir, porque esa no era la opinión oficial del judaísmo que ellos, desde luego, compartían.

El sentido del Reino que Jesús anuncia, queda expresado con lo único que pudo prometerles a los hijos del trueno, a los Doce, y a todos los que quieran ser sus discípulos: beber el cáliz.
Es el anuncio de una prueba dolorosa para Él y para los suyos. Eso es lo que les puede prometer Jesús a Santiago, y a San Juan, y a los Doce… y a nosotros…
Porque ese cáliz es el único que los hombres permiten al profeta del Reino de Dios. Y con ello se deshace el deseo ardiente de los primeros puestos, de triunfar, del poder…

El mensaje de Jesucristo lleva en su entraña el desposeerse de muchas cosas, pero especialmente el desposeerse de triunfar, o al menos de triunfar venciendo.
Con el mensaje de Jesús se gana perdiendo, es decir, dando la vida por los otros y por el Reino…
Aprendamos, según esto, dónde debemos colocar nuestra ambición.
Consideradas, pues, estas dos ambiciones y actitudes de Santiago Apóstol, debemos tomar la resolución de no escuchar al amor propio, que nos lleva a elevarnos y hacernos valer; de no tener más ambición en la tierra, que la de sufrir, vivir y morir como Jesucristo y por Jesucristo.
Para completar nuestra meditación, tengamos en cuenta ahora algunas referencias históricas.
Santiago el Mayor, o Santiago el de Zebedeo, hermano de San Juan y Apóstol de Jesús de Nazaret, nacido en Betsaida, Galilea. Fue uno de los discípulos más apreciados por Jesucristo; de tal manera que estuvo presente, junto a San Pedro y a su hermano Juan, en la resurrección de la hijita de Jairo, así como en dos circunstancias muy importantes del ministerio del Maestro: la Transfiguración en el monte Tabor y la Agonía en el Huerto de los Olivos.
Según la tradición apostólica, cuando los Apóstoles fueron enviados a la predicación, Santiago tuvo a cargo la evangelización de la Hispania, las actuales España y Portugal. Primero predicó en Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego en la ciudad romana de Cesar Augusto, hoy conocida como Zaragoza.
La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas en Zaragoza y que sólo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos son conocidos como los Siete Convertidos de Zaragoza.




Las cosas cambiaron cuando la Santísima Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, manifestación conocida como la de la Virgen del Pilar. Desde entonces, la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España. Su pilar es la columna de la Fe


Los Hechos de los Apóstoles nos descubren que Santiago fue el primer apóstol martirizado, y que murió decapitado por orden de Herodes. ¿La causa? Según la opinión del sumo sacerdote, ¡haber llenado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús! La muerte es consecuencia de haber arriesgado la vida por Jesús, de haber abandonado casa, padre y madre para anunciar el Evangelio.
Santiago muere mártir por orden del rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo del año 41, día aniversario de la Encarnación.
La tradición relata que sus discípulos llevaron su cuerpo nuevamente hasta Galicia, donde lo enterraron justamente en Iria Flavia, donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo VII.
Por otra parte, la tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I, muerto en 850, que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto.
Al fallecer este, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas), que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I, que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja), no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo, donde, en la víspera de la batalla, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago.
El Apóstol le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas; anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque.


Los cristianos dan batalla al grito de ¡Dios ayuda a Santiago!, y los moros son vencidos.
Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.
Más tarde, en la batalla de Hacinas, entre el Conde Fernán González, muerto en 970, y el caudillo moro Almanzor, aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: Fernando de Castilla, ¡hoy te crece gran bando!
Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de ¡Santiago y cierra!
Es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago, y choquemos contra ellos.
La fiesta de Santiago Apóstol supone siempre para España e Hispanoamérica, y para la misma Iglesia, una invitación a volver a los orígenes de su historia más auténtica y a renovarse espiritualmente, descubriendo la riqueza cristiana que encierran sus raíces para, de este modo, poder afrontar las tareas del presente y del futuro con esperanza, con la esperanza que no engaña: la que se funda en la Fe.
Santiago recuerda a España e Hispanoamérica sus orígenes apostólicos y la evangelización de sus gentes, de su cultura y de la sociedad, con una tal hondura de fe, que la ha dejado marcada viva y fielmente en lo esencial, hasta hoy mismo.

Desde aquellos sus primeros Siete Discípulos, en la aurora del catolicismo, se mantuvo la fe a través de las pruebas más formidables, sobre todo la de la dominación islámica, saliendo de ella más purificada y acrisolada.




El culto a Santiago Apóstol se basa en el fundamento del Apocalipsis. En efecto, este libro proclama la Segunda Venida de Cristo al mundo para instaurar el triunfo del pueblo cristiano y el castigo de aquellos que le persiguen y hacen sufrir. Es un texto de resistencia y de esperanza en la victoria final, redactado para infundir valor a los que sufren las persecuciones.
Este culto se convirtió en una poderosa fuerza galvanizadora de la resistencia cristiana del siglo IX al XII.
Este culto debe ser hoy, más que nunca, la razón de ser de la paciencia cristiana en la inhóspita trinchera a la cual nos ha relegado, por permisión divina, el Dragón infernal…
Nuestra Señora del Pilar, como nos lo ha prometido, conservará nuestra Fe, y nos otorgará la victoria.





¡Dios ayuda a Santiago!
¡Santiago y cierra!
¡Viva la Pilarica!




lunes, 18 de julio de 2011

Ayer fue enterrado en China sacerdote de 95 años que pasó 20 en prisión a causa de su fe.




El problema de fondo de las autoridades comunistas chinas, en su intención de controlar o de perjudicar a la Iglesia en el país, no es otro que la radicalidad de la fe de muchos los católicos que allí habitan. Fe radical también de muchos de sus pastores, que prefieren la cárcel o la muerte antes que romper el vínculo que los une con el vicario de Cristo, el Papa.

Es por ejemplo el caso del insigne franciscano enterrado ayer, Fray Francesco Wei Shi Zhi, muerto el 12 de julio a los 95 años, de los cuáles 20 pasó en prisión.

"El P. Wei es un ejemplo para nosotros los sacerdotes jóvenes -decía un presbítero en declaraciones recogidas por la agencia Fides. Ha sufrido más de 20 años de prisión durante la Revolución Cultural China y nunca ha dicho una palabra de queja. Ha observado estrictamente el espíritu franciscano de pobreza material siguiendo la enseñanza de Cristo con firmeza. A pesar del sufrimiento, nunca traicionó la fe". Esos son los modelos de los jóvenes sacerdotes; modelos explican al observador externo la imposibilidad de aniquilar la fe de los chinos. Por ello el gobierno busca ahora tergiversarla con las recientes ordenaciones ilegítimas.

También según reporta Fides, decenas de sacerdotes concelebraron la solemne Misa de sufragio del P. Wei Shi Zhi, en Chang Sha, capital de la provincia de Hu Nan. Junto a los presbíteros, numerosos fieles provenientes de todos los rincones del país daban su último adiós al sacerdote franciscano. Su fama, como la fama de los santos, se había difuminado en todos los lugares donde había almas sedientas de sobrenatural, de sublimidad y de heroísmo.

El Padre Wei Shi Zhi era "el mejor colaborador del obispo, el mejor hermano y padre de los jóvenes sacerdotes, el mejor sacerdote para los fieles. Su vida fue verdaderamente testimonio vivo de Cristo".
Contra hombres así, no hay persecuciones ni cárceles que los destruyan, porque siempre permanecerá su memoria, porque siempre habrá almas que se beneficien de su misión, porque siempre habrá gentes buenas que le rindan tributo y trasmitan su legado. Hombres así, son el alma y la gran fuerza de la Iglesia en China.




Oración
a Nuestra Señora de Sheshan

Virgen Santísima, Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra,

venerada con el título de "Auxilio de los cristianos"
en el Santuario de Sheshan,
a la que se dirige con devoción toda la Iglesia en China,
hoy venimos ante ti para implorar tu protección.
Mira al Pueblo de Dios y guíalo con solicitud maternal

por los caminos de la verdad y el amor, para que sea siempre

fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos.


Con el dócil "sí" pronunciado en Nazaret tú aceptaste que

el Hijo eterno de Dios se encarnara en tu seno virginal
iniciando así en la historia la obra de la Redención,

en la que cooperaste después con solícita dedicación,
dejando que la espada del dolor traspasase tu alma,

hasta la hora suprema de la Cruz, cuando en el Calvario permaneciste

erguida junto a tu Hijo, que moría para que el hombre viviese.
 


Desde entonces llegaste a ser, de manera nueva, Madre
de todos los que acogen a tu Hijo Jesús en la fe

y lo siguen tomando su Cruz.

Madre de la esperanza, que en la oscuridad del Sábado Santo saliste

al encuentro de la mañana de Pascua con confianza inquebrantable,

concede a tus hijos la capacidad de discernir
en cualquier situación, 
incluso en las más tenebrosas,
los signos de la presencia amorosa de Dios.


Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China,
en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo,
esperando y amando,
 para que nunca teman hablar de Jesús
al mundo y del mundo a Jesús.

En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo
al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor.

Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles
de este amor,
 manteniéndose unidos a la roca de John
sobre la que está edificada la Iglesia. 
Madre de China y de Asia,
ruega por nosotros ahora y siempre. Amén.

Instalación del Consejo San Juan Diego de Caballeros de Colón en el Sagrario Metropolitano.






Designación y renovación de Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión en la VII Vicaria de la Arquidiócesis de México.