Hoy, 25 de julio, es la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono de España y de numerosas provincias y ciudades de la Hispanidad.
Este año, además, se suma el hecho de ser Jacobeo. En efecto, el Papa Calixto II concedió el privilegio de Año Santo Compostelano o Jacobeo a los años en que la fiesta de Santiago Apóstol coincide en domingo.
Esto sucede con una cadencia regular de 6-5-6-11 años, de modo que cada siglo se celebran catorce Años Santos Jacobeos. De este modo, el último año compostelano fue en 2004, y el próximo sería en 2021.
Este Año Santo otorga, como indulgencia plenaria, el perdón de todos los pecados y sus deudas a los peregrinos que cumplan con todos los requisitos.
Los privilegios concedidos por Calixto II fueron confirmados y aumentados por otros pontífices como Eugenio III, Anastasio IV y Alejandro III, el cual en bula Regis Aeterni, del 25 de julio de 1178, declaraba perpetuo el privilegio y lo equiparaba al de Roma y Jerusalén.
Meditemos, hoy, sobre la vida y obra de este gran Apóstol para tratar de sacar algunas enseñanzas prácticas para nuestra vida interior.
Si consideramos la vida del Apóstol Santiago, notaremos en él dos ambiciones bien diferentes: una viciosa, y otra honrosa y santa.
Jesucristo llamó al apostolado a Santiago el Mayor; agradezcamos a Nuestro Señor todo lo que ha hecho por este Apóstol, y recojamos las enseñanzas que nos ofrecen lo bueno y lo imperfecto que hallamos en la vida de este su feliz discípulo.
Reflexionemos primero sobre la ambición viciosa del apóstol Santiago.
Sabemos que había en la nación judía la preocupación universalmente extendida, de que el Mesías iba a fundar en la tierra un reino temporal. Los padres de Santiago habrían conversado, ciertamente, muchas veces acerca de esto con él y con San Juan, su hermano.
Su madre, siguiendo las inspiraciones del amor maternal, naturalmente ambicioso cuando se trata de sus hijos queridos, vino con ellos a encontrar a Jesucristo y, tal como lo relata el Evangelio de la fiesta, le dijo: Maestro, ordenad que mis dos hijos aquí presentes se sienten en vuestro reino, el uno a vuestra derecha y el otro a vuestra izquierda.
El Salvador dio a los discípulos, de quienes era portavoz la madre, esta respuesta, tan digna de nuestra meditación: no sabéis lo que pedís.
¡Cuánta verdad encierran estas palabras! Así es, Dios mío; el que pide elevación no sabe lo que pide:
1°) porque querer salir de su condición no es cosa razonable: semejante pretensión, si se generalizase, trastornaría toda la sociedad;
2º) porque cada uno debe respetar el orden de la Providencia: se falta a Dios cuando se quiere salir de este orden, y no podemos contar con su asistencia, sino en cuanto nos mantenemos en la posición en que Él nos coloca;
3º) porque es un error creer que estaremos mejor en donde no estamos;
4º) porque tal imaginación engendra malestar y descontento;
5º) porque en las posiciones elevadas la responsabilidad es mayor, el amor propio más fuerte, el orgullo más ambicioso y los peligros más numerosos;
6º) porque colocar su ambición en cosas de la tierra no es digno del que debe poner más alta su mira y elevarse hasta el Cielo.
“Hijo mío, decía el rey Filipo a Alejandro, mi reino es estrecho para ti: lleva más lejos tu corazón”. Y nosotros, cristianos, debemos decirnos: “La tierra es demasiado baja para nosotros; no apeguemos al polvo un corazón hecho para el cielo”.
“¡Hijo mío!, dijo San Ignacio de Loyola a San Francisco Javier, despreciad el mundo; sed ambicioso, enhorabuena; pero no tengáis ambición tan baja que se contente con honores pasajeros; no aspiréis sino a los honores inmortales; amad la gloria, si queréis; pero no la gloria que pasa como el humo, sino la gloria sólida del reino de los cielos”.
La petición de la madre de los hijos del trueno genera en los otros discípulos indignación, recelo y división.
Esta situación es aprovechada por el Maestro para corregir, pedagógicamente, los fallos de los discípulos.
Frente al egoísmo de todos, el maestro pronuncia unas reflexiones sobre el nuevo concepto de la autoridad. Su pensamiento se desarrolla en tres sentencias:
Los jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen. Jesús coloca el énfasis en la manera como se impone la autoridad en el régimen político de las naciones. Esta manera de ejercer la autoridad no puede ser el modelo de las relaciones entre los discípulos.
El que quiera ser el más grande entre ustedes, sea el servidor. Esta sentencia de Jesús está en paralelo de contraste con los jefes de las naciones que ocupan un puesto de dirección y responsabilidad.
Jesús no quiere una comunidad sin autoridad, pero pone como condición a quienes la ejerzan que han de tener un alma humilde y una actitud de servicio.
El candidato a ser el primero deberá hacerse servidor de todos.
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Con esta sentencia, Jesús autodefine su misión como servicio y entrega de la propia vida por los demás. Con esto queda claro lo que quiso decir Jesús al hablar de su cáliz.
Consideremos ahora, en segundo lugar, la ambición santa y honrosa del Apóstol Santiago.
Jesucristo, al elevar el pensamiento de estos apóstoles del reino de la tierra al Reino de los Cielos, les dijo: Para llegar a mi reino, es preciso beber el cáliz de dolor y de amargura que Yo beberé: ¿podéis beberlo vosotros?
Sí, Señor, podemos, respondieron; y desde entonces una nueva y santa ambición se apoderó de ellos: la de seguir pobres a un Dios pobre; de acompañarle en sus viajes, de trabajar durante el día, de velar y de orar durante la noche; de llevar sin cesar la cruz; de olvidarse, de menospreciarse a sí mismos y de sacrificarlo todo por el Evangelio.
Estarán muy cerca de Jesús, pero no por la vía de los privilegios y del reino terreno, sino por el hecho de compartir su suerte… su cáliz…
En este sentido, la muerte de Santiago no es sino una participación en la muerte de Jesús: por la puerta de la entrega de la propia vida, Santiago está sentado con Jesús en su Reino.
La vida del Apóstol Santiago, en efecto, cuenta San Epifanio, era muy austera, y su celo por la conversión de los judíos y de los infieles no conocía límites.
Después de haber evangelizado a España, pasó de nuevo a Jerusalén, y fue el primero de los apóstoles en morir por Jesucristo; el primero de ellos que bañó con su sangre la ciudad santa. Convirtió a su verdugo, dándole un fraternal abrazo, cuando iba al martirio; y su muerte, dando ocasión a la dispersión de los apóstoles, extendió la predicación del Evangelio por toda la tierra.
¡Oh santa ambición! Quedasteis satisfecha; ¡oh gran Apóstol!, bebisteis el cáliz hasta la última gota; y como el Salmista, saboreasteis sus delicias, diciendo con él: ¡Cuán embriagador y bello es mi cáliz!…
Debemos advertir que lo que está en juego en este episodio es como los discípulos de Jesús nunca entendieron antes de su Pasión lo que se estaba tramando en la vida íntima de Jesús y en su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios.
El discutir sobre los primeros puestos, el entender el mesianismo de Jesús como algo social y político, es algo que responde a la historia verdadera de los Apóstoles… y de muchos de los seguidores de Jesús a lo largo de la historia… San Pedro mismo recibe el reproche más fuerte que podamos imaginar, precisamente por no aceptar que el Mesías pudiera sufrir, porque esa no era la opinión oficial del judaísmo que ellos, desde luego, compartían.
El sentido del Reino que Jesús anuncia, queda expresado con lo único que pudo prometerles a los hijos del trueno, a los Doce, y a todos los que quieran ser sus discípulos: beber el cáliz.
Es el anuncio de una prueba dolorosa para Él y para los suyos. Eso es lo que les puede prometer Jesús a Santiago, y a San Juan, y a los Doce… y a nosotros…
Porque ese cáliz es el único que los hombres permiten al profeta del Reino de Dios. Y con ello se deshace el deseo ardiente de los primeros puestos, de triunfar, del poder…
El mensaje de Jesucristo lleva en su entraña el desposeerse de muchas cosas, pero especialmente el desposeerse de triunfar, o al menos de triunfar venciendo.
Con el mensaje de Jesús se gana perdiendo, es decir, dando la vida por los otros y por el Reino…
Aprendamos, según esto, dónde debemos colocar nuestra ambición.
Consideradas, pues, estas dos ambiciones y actitudes de Santiago Apóstol, debemos tomar la resolución de no escuchar al amor propio, que nos lleva a elevarnos y hacernos valer; de no tener más ambición en la tierra, que la de sufrir, vivir y morir como Jesucristo y por Jesucristo.
Para completar nuestra meditación, tengamos en cuenta ahora algunas referencias históricas.
Santiago el Mayor, o Santiago el de Zebedeo, hermano de San Juan y Apóstol de Jesús de Nazaret, nacido en Betsaida, Galilea. Fue uno de los discípulos más apreciados por Jesucristo; de tal manera que estuvo presente, junto a San Pedro y a su hermano Juan, en la resurrección de la hijita de Jairo, así como en dos circunstancias muy importantes del ministerio del Maestro: la Transfiguración en el monte Tabor y la Agonía en el Huerto de los Olivos.
Según la tradición apostólica, cuando los Apóstoles fueron enviados a la predicación, Santiago tuvo a cargo la evangelización de la Hispania, las actuales España y Portugal. Primero predicó en Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego en la ciudad romana de Cesar Augusto, hoy conocida como Zaragoza.
La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas en Zaragoza y que sólo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos son conocidos como los Siete Convertidos de Zaragoza.
Las cosas cambiaron cuando la Santísima Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, manifestación conocida como la de la Virgen del Pilar. Desde entonces, la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España. Su pilar es la columna de la Fe…
Los Hechos de los Apóstoles nos descubren que Santiago fue el primer apóstol martirizado, y que murió decapitado por orden de Herodes. ¿La causa? Según la opinión del sumo sacerdote, ¡haber llenado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús! La muerte es consecuencia de haber arriesgado la vida por Jesús, de haber abandonado casa, padre y madre para anunciar el Evangelio.
Santiago muere mártir por orden del rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo del año 41, día aniversario de la Encarnación.
La tradición relata que sus discípulos llevaron su cuerpo nuevamente hasta Galicia, donde lo enterraron justamente en Iria Flavia, donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo VII.
Por otra parte, la tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I, muerto en 850, que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto.
Al fallecer este, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas), que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I, que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja), no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo, donde, en la víspera de la batalla, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago.
El Apóstol le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas; anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque.
Los cristianos dan batalla al grito de ¡Dios ayuda a Santiago!, y los moros son vencidos.
Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.
Más tarde, en la batalla de Hacinas, entre el Conde Fernán González, muerto en 970, y el caudillo moro Almanzor, aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: Fernando de Castilla, ¡hoy te crece gran bando!
Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de ¡Santiago y cierra!
Es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago, y choquemos contra ellos.
La fiesta de Santiago Apóstol supone siempre para España e Hispanoamérica, y para la misma Iglesia, una invitación a volver a los orígenes de su historia más auténtica y a renovarse espiritualmente, descubriendo la riqueza cristiana que encierran sus raíces para, de este modo, poder afrontar las tareas del presente y del futuro con esperanza, con la esperanza que no engaña: la que se funda en la Fe.
Santiago recuerda a España e Hispanoamérica sus orígenes apostólicos y la evangelización de sus gentes, de su cultura y de la sociedad, con una tal hondura de fe, que la ha dejado marcada viva y fielmente en lo esencial, hasta hoy mismo.
Desde aquellos sus primeros Siete Discípulos, en la aurora del catolicismo, se mantuvo la fe a través de las pruebas más formidables, sobre todo la de la dominación islámica, saliendo de ella más purificada y acrisolada.
El culto a Santiago Apóstol se basa en el fundamento del Apocalipsis. En efecto, este libro proclama la Segunda Venida de Cristo al mundo para instaurar el triunfo del pueblo cristiano y el castigo de aquellos que le persiguen y hacen sufrir. Es un texto de resistencia y de esperanza en la victoria final, redactado para infundir valor a los que sufren las persecuciones.
Este culto se convirtió en una poderosa fuerza galvanizadora de la resistencia cristiana del siglo IX al XII.
Este culto debe ser hoy, más que nunca, la razón de ser de la paciencia cristiana en la inhóspita trinchera a la cual nos ha relegado, por permisión divina, el Dragón infernal…
Nuestra Señora del Pilar, como nos lo ha prometido, conservará nuestra Fe, y nos otorgará la victoria.
¡Dios ayuda a Santiago!
¡Santiago y cierra!
¡Viva la Pilarica!