lunes, 18 de julio de 2011

Ayer fue enterrado en China sacerdote de 95 años que pasó 20 en prisión a causa de su fe.




El problema de fondo de las autoridades comunistas chinas, en su intención de controlar o de perjudicar a la Iglesia en el país, no es otro que la radicalidad de la fe de muchos los católicos que allí habitan. Fe radical también de muchos de sus pastores, que prefieren la cárcel o la muerte antes que romper el vínculo que los une con el vicario de Cristo, el Papa.

Es por ejemplo el caso del insigne franciscano enterrado ayer, Fray Francesco Wei Shi Zhi, muerto el 12 de julio a los 95 años, de los cuáles 20 pasó en prisión.

"El P. Wei es un ejemplo para nosotros los sacerdotes jóvenes -decía un presbítero en declaraciones recogidas por la agencia Fides. Ha sufrido más de 20 años de prisión durante la Revolución Cultural China y nunca ha dicho una palabra de queja. Ha observado estrictamente el espíritu franciscano de pobreza material siguiendo la enseñanza de Cristo con firmeza. A pesar del sufrimiento, nunca traicionó la fe". Esos son los modelos de los jóvenes sacerdotes; modelos explican al observador externo la imposibilidad de aniquilar la fe de los chinos. Por ello el gobierno busca ahora tergiversarla con las recientes ordenaciones ilegítimas.

También según reporta Fides, decenas de sacerdotes concelebraron la solemne Misa de sufragio del P. Wei Shi Zhi, en Chang Sha, capital de la provincia de Hu Nan. Junto a los presbíteros, numerosos fieles provenientes de todos los rincones del país daban su último adiós al sacerdote franciscano. Su fama, como la fama de los santos, se había difuminado en todos los lugares donde había almas sedientas de sobrenatural, de sublimidad y de heroísmo.

El Padre Wei Shi Zhi era "el mejor colaborador del obispo, el mejor hermano y padre de los jóvenes sacerdotes, el mejor sacerdote para los fieles. Su vida fue verdaderamente testimonio vivo de Cristo".
Contra hombres así, no hay persecuciones ni cárceles que los destruyan, porque siempre permanecerá su memoria, porque siempre habrá almas que se beneficien de su misión, porque siempre habrá gentes buenas que le rindan tributo y trasmitan su legado. Hombres así, son el alma y la gran fuerza de la Iglesia en China.




Oración
a Nuestra Señora de Sheshan

Virgen Santísima, Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra,

venerada con el título de "Auxilio de los cristianos"
en el Santuario de Sheshan,
a la que se dirige con devoción toda la Iglesia en China,
hoy venimos ante ti para implorar tu protección.
Mira al Pueblo de Dios y guíalo con solicitud maternal

por los caminos de la verdad y el amor, para que sea siempre

fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos.


Con el dócil "sí" pronunciado en Nazaret tú aceptaste que

el Hijo eterno de Dios se encarnara en tu seno virginal
iniciando así en la historia la obra de la Redención,

en la que cooperaste después con solícita dedicación,
dejando que la espada del dolor traspasase tu alma,

hasta la hora suprema de la Cruz, cuando en el Calvario permaneciste

erguida junto a tu Hijo, que moría para que el hombre viviese.
 


Desde entonces llegaste a ser, de manera nueva, Madre
de todos los que acogen a tu Hijo Jesús en la fe

y lo siguen tomando su Cruz.

Madre de la esperanza, que en la oscuridad del Sábado Santo saliste

al encuentro de la mañana de Pascua con confianza inquebrantable,

concede a tus hijos la capacidad de discernir
en cualquier situación, 
incluso en las más tenebrosas,
los signos de la presencia amorosa de Dios.


Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China,
en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo,
esperando y amando,
 para que nunca teman hablar de Jesús
al mundo y del mundo a Jesús.

En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo
al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor.

Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles
de este amor,
 manteniéndose unidos a la roca de John
sobre la que está edificada la Iglesia. 
Madre de China y de Asia,
ruega por nosotros ahora y siempre. Amén.